EL MUNDO 21/12/16
F. JIMÉNEZ LOSANTOS
En cambio, para los que creemos que la política es necesaria –no suficiente– para alcanzar un Estado de Derecho y que sin partidos no hay ni puede haber democracia, la renuncia de Aznar significa muchas cosas. La esencial, constatar que en España ya no hay un partido liberal-conservador que represente a esa amplia clase media, espina dorsal de nuestra nación, creada en el segundo franquismo, que se consolidó con UCD, sobrevivió al PSOE y alcanzó su plenitud con Aznar en el poder, cuando el peso del sector público pasó de casi el 60% del PIB a menos del 40%, se crearon cinco millones de empleos bien pagados, se recortó el gasto público y se alcanzó en sólo dos años el equilibrio presupuestario para entrar en el euro.
También el carismático González, en 13 años de Gobierno, supo capitalizar el éxito de la Transición y hasta atribuirse el mérito del Rey y Suárez en la llegada de la democracia. Pero su política interior fue de enorme corrupción y la exterior demasiado panameña, entre el franquismo y el PRI. Con Aznar, por primera y temo que última vez, España tuvo una política exterior occidental que sacó partido de nuestro éxito económico y logró ayudas de la UE para crear una moderna red de infraestructuras. Bajó tres veces el IRPF, así que ya no pintaba nada en el partido socialdemócrata de Rajoy, que va por su segunda masacre fiscal.
Pero sin el PP de Aznar el centro-derecha español se queda, por primera vez, sin partido político que lo defienda, porque La Sexta no lo hará. Y esa es una pésima noticia.