ABC 18/05/15
EDITORIAL
· En este ambiente de impunidad y reivindicación de los asesinos, varios cientos de abertzales proetarras intentaron ayer en Vitoria evitar la detención de tres miembros de Segi condenados a ingresar en prisión
CON 93 años, Oskar Gröning, conocido como el «contable de Auschwitz», ha sido juzgado por su participación en los asesinatos en masa cometidos por los nazis en ese campo de concentración. A pesar de su edad y del tiempo transcurrido, sus crímenes siguen reclamando justicia y nadie dudaba de que debía ser sometido a juicio. En España, ETA ha dejado de matar porque ha sido derrotada policialmente, pero la postguerra –sí, se trata de una postguerra– contra los etarras aún no está cancelada, porque quedan muchos crímenes por aclarar y juzgar. Las víctimas se refieren a unos 300 asesinatos que pueden quedar impunes por efecto de la prescripción. Muchos presos etarras saben bien quiénes fueron los autores de esos crímenes y su silencio es la prolongación de su complicidad con la ejecución de unos asesinatos que serán prescriptibles, pero son imperdonables.
La ausencia de violencia no equivale a la paz, porque esta no se basa en el silencio de las armas, sino en la justicia para las víctimas y el juicio para los verdugos. Ningún etarra del que se tenga constancia que tiene información sobre crímenes no juzgados debería acceder a beneficios penitenciarios. No se les debe nada por dejar de matar, de la misma manera que nada se les dio cuando mataron. Algunos apologistas del «proceso de paz» afirman que a un terrorista no se le puede pedir que delate a sus compañeros. Por supuesto que es exigible, salvo que el Estado de Derecho entre en demencia y tenga más respeto por los pactos de silencio entre asesinos que por la aspiración de las víctimas a la memoria y la justicia.
Además, la amenaza subsiste porque el Estado no ha recibido de ETA ni una sola pistola, ni se ha entregado uno solo de sus fugados. La pasada semana, el fiscal del Tribunal Correccional de París afirmó, durante el juicio a la etarra Itziar Plaza, que ETA aún tiene treinta miembros en la clandestinidad y cuenta con «decenas» de zulos con armas y explosivos porque «se reserva la posibilidad» de volver a la violencia. Entre tanto, el líder de Bildu y parlamentario vasco, Hasier Arraiz, proclamó en un mitin el sábado que los presos de ETA –a los que cobardemente no citó– «han dado la vida por un sueño». No es extraño que, en este ambiente de impunidad y reivindicación de los asesinos, varios cientos de abertzales proetarras intentaran ayer en Vitoria evitar la detención de tres miembros de Segi condenados a ingresar en prisión. Puede que la inercia haya desarmado la voluntad de utilizar las leyes y las instituciones contra estos enaltecimientos del terror, pero si quedan impunes, los terroristas y sus secuaces serán los que escriban el relato del fin de ETA.