TONIA ETXARRI-El Correo

Cuando los gobiernos difieren, la gente muere», ha alertado el director ejecutivo del programa de emergencia de la OMS. Fue su reacción al enfrentamiento bochornoso que han protagonizado (y siguen en ello) el Gobierno de la Moncloa y el autonómico de Madrid. Tras el revolcón del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, el presidente del Gobierno decretó el estado de alarma. Esa fue su revancha.

Para marcar territorio aunque, para ello, el ministro Illa tuviera que hacer contorsionismo dialéctico diciendo lo contrario de lo que había afirmado días antes. No pasa nada. Los decretazos lo aguantan todo. Pero el choque sigue a pesar de que los datos sanitarios en la comunidad van mejorando mientras que los económicos, con tantas empresas paralizadas y comercios cerrados, no auguran nada bueno para la reconstrucción.

Otras comunidades presentan datos similares en el cuadro sanitario. Navarra, sin ir más lejos. Pero Pedro Sánchez se ha cuidado mucho de no intervenir en donde gobierna su partido sostenido por los nacionalistas y Bildu. La situación es tan crítica que hasta los políticos euroescépticos están comprobando que si la Unión Europea no existiera estaríamos perdidos. Los fondos europeos no son el maná pero se han convertido en el asidero de la propaganda de nuestros gobernantes. Los planes de inversión anunciados por nuestros gobiernos suenan bien en un ambiente de cierres forzosos de industria y comercios.

Pero la letra provoca inquietud. Los 72.000 millones de euros de los fondos que Sánchez piensa utilizar en los tres años que le quedan de legislatura. O el plan inversor del lehendakari Urkullu de 10.000 millones hasta 2024. ¿Cómo los van a devolver? ¿Hasta dónde subirá la deuda?

Europa nos mira con recelo. Piensa ejercer un control férreo sobre cómo se gestionan las ayudas. Es decir; que no se fían.

Porque ven peligro de inestabilidad en nuestro país donde el vacío técnico se rellena con la política. Con palabras hueras sobre la unidad y el diálogo que luego no se practica. Más allá del funcionariado protegido, la incertidumbre se extiende al observar tanta disputa política. Esa desafección de la política que puede llegar a pasar factura en las urnas. Del primer brote de Covid no tuvo la culpa nadie. Pero de la gestión de la crisis, de la tardanza en tomar medidas y de la ocultación de datos, sí.

Con promesas incumplidas, contraórdenes y decretazos en comunidades cuyos gobiernos autonómicos no se controlan desde Moncloa solo se está generando caos y confusión.

Parece que estemos en una alarma de Estado más que en un estado de alarma. Sánchez no solo no admite objeciones sino que se ha permitido vetar al Rey y dirigir su agenda. El vicepresidente Iglesias está cercado por la Justicia y él mismo y su entorno ya se encargan de presionar a los jueces. El último reducto de independencia que le queda por influir. Son ‘tics’ preocupantes. Si hay una facción del Gobierno que condiciona abiertamente la libertad de prensa y que ha iniciado su plan de cambio de régimen, hay motivos para preocuparse.

Pero desde la Euskadi acomodada se exhibe autocomplacencia para afrontar la crisis. Porque hay estabilidad política con un gobierno de mayorías integrado por el PNV y los socialistas.

Parece lógico apostar por retener todo el talento posible. Pero si olvidamos que formamos parte de un Estado que ahora ocupa el primer puesto del ranking de los más infectados y de mayor recesión de Europa, y creemos que el destino de Madrid nada tiene que ver con el nuestro, nos equivocaremos.