LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

  • La mutante actuación de Sánchez denota su oportunismo con respecto al Rey

El rey posee dos cuerpos. Uno finito y contingente y otro inmortal e incorruptible. Eso es lo que Ernst Kantorowicz pensó acerca de la monarquía medieval. La incorruptibilidad y la inmortalidad eran la herencia de la teología política en la que Dios era el origen de toda soberanía. Puede morir el cuerpo finito del rey, pero el cuerpo del rey como origen de legitimidad perdura. Esta idea de la monarquía subsistió hasta la modernidad, en la que el pueblo recuperó la soberanía a costa del rey. Un rey que ingleses, franceses y rusos mataron físicamente para proclamar la soberanía del pueblo. En otras naciones la figura caducó sin cadalsos, pero el monarca regresó para simbolizar la soberanía que las constituciones reservan al pueblo. El rey convertido en símbolo de la soberanía popular fue entronizado como garantía de la convivencia en igualdad de los ciudadanos. Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Suecia, Bélgica o España son democracias avanzadas que tienen en el monarca constitucional al principal símbolo de su soberanía.

La Constitución española consagra al Rey como símbolo máximo del Estado de Derecho. No tiene poder, pero cumple una función fundamental en nuestro ordenamiento constitucional. Como monarca constitucional representa a la nación y se sitúa por encima del juego partidario. El Rey es neutral en la dialéctica política, pero posee toda la autoridad del Estado cuando se trata de defender la vigencia y la legitimidad de nuestra Constitución. Es lo que hizo el 3 de octubre de 2017 cuando se enfrentó al golpe independentista en Cataluña.

No importa que su padre se equivocara en cuestiones de bragueta y bolsillo, Felipe VI como monarca constitucional es inmune e incorruptible. Es lo que los antimonárquicos sobrevenidos no acaban de entender y, aún menos, asumir. Algunos de los ministros de Pedro Sánchez tratan de amortizar al Rey pretendiendo iniciar un nuevo tiempo político y una nueva legitimidad. Con la salida al exilio del rey Juan Carlos algunos dieron por muerto al Rey, pero olvidaron que éste tiene dos cuerpos, como bien señaló E. Kantorowicz. Las corruptelas financieras y el descontrol de su libido supusieron la muerte política del emérito, pero el cuerpo simbólico del Rey sobrevivió en el cuerpo constitucional de Felipe VI.

Cuando todavía no se han borrado los ecos del veto de Sánchez a la presencia del Rey en Barcelona, el presidente ha cambiado de parecer para llevarlo del ronzal a la capital catalana. ¿Qué ha cambiado, en un par de semanas? El principio de oportunidad o tal vez el dato demoscópico a causa de su veto. La mutante actuación de Sánchez denota el oportunismo con el que se conduce con respecto al monarca constitucional, al reducirlo a mera ventana de oportunidad para su personal lucro político. Para justificar el veto con ocasión del acto organizado por el Consejo General del Poder Judicial, Sánchez arguyó que trataba de preservar la convivencia ciudadana. Esta afirmación tramposa desconoce lo que representa la institución encarnada por Felipe VI, la vigencia de nuestra Constitución como marco de la convivencia democrática.

La convivencia significa la coexistencia pacífica entre distintos que se someten a una norma común, mientras que la connivencia da por buenas las transgresiones a la ley. Con la excusa de la convivencia, Sánchez ha optado por la connivencia con quienes se alzaron contra la convivencia democrática.

El Rey es el símbolo de la convivencia constitucional y es por ello aberrante y falaz el argumento de que su presencia la impide. Muy al contrario, la presencia del Rey constitucional es garantía de la convivencia democrática. Una democracia no se basa solo en los votos, sino que se erige sobre un suelo simbólico que hace congruente y posible la convivencia entre distintos. El veto y posterior invitación para acudir a Barcelona demuestran la extravagante y oportunista instrumentación del Rey. Cuando de manera oportunista se utiliza la convivencia como excusa para vetar la presencia del Rey, se está actuando con connivencia respecto a quienes impugnan su entidad constitucional. Una connivencia con el soberanismo golpista que violentó el orden constitucional y tuvo en Felipe VI su principal freno. Decir que la presencia del Rey hace peligrar la convivencia es dar por buenas las razones de quienes se oponen a la vigencia y a la legitimidad de nuestra Constitución democrática. No debería sorprendernos la inquina de Podemos y los nacionalismos al Rey que simboliza nuestra democracia, pero llama la atención la connivencia con ellos por parte del PSOE.

De la lectura de su autobiografía política y de la observación de su comportamiento como presidente se puede inferir que Sánchez se siente investido por el destino para sobrevivir y acaparar todo el poder, aun a riesgo de fragilizar nuestro ordenamiento constitucional y democrático. La convivencia democrática no puede lograrse mediante la connivencia con los detractores y enemigos de nuestro sistema constitucional. No conviene confundir la convivencia con la connivencia, ni con la conveniencia.