ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 26/06/16
· Mi liberada: Felicidades a ti y a los tuyos. La victoria ha sido incontestable y quizá se repita aquí esta noche. Las señales de vuestra febril actividad han sido muchas. A los pocos minutos de que el Brexit fuera un hecho Google informaba que en el Reino Unido crecía exponencialmente la búsqueda de respuestas a esta pregunta: «¿Qué es la Unión Europea?». Vi también en el Economist una encuesta de la reputada casa Lord Ashcroft: la mayoría de los ganadores eran personas con un nivel discreto de estudios. Y ayer leí en el perfil de Boris Johnson que escribió Carlos Fresneda esta frase inequívoca: «Soy un tipo listo que para ganar se hace el tonto».
Los tontos han estado a punto de hacerlo varias veces. En Austria y en Perú, por poner los últimos ejemplos. Ahora tienen buenas posibilidades en América. Y en Francia y en Holanda. El contagio principal del Brexit no es que pueda llevar al referéndum a otros países más o menos euroescépticos. Lo inquietante es que, a partir del Brexit, los tontos podrán decir con mucho más ánimo y fundamento: Sí se puede. Tengo interés en ver lo que pase aquí esta noche: admito que podría darles un pasmo por lo que sus iguales británicos han sido capaces de hacer, y abstenerse.
Por cierto: curioso tránsito, el del Yes we can. Llevó en volandas al presidente más fino e instruido que ha tenido América en décadas y mira en qué bocas ha acabado. El Brexit supondrá, probablemente, la salida de Gran Bretaña de la UE. Y serias perturbaciones económicas. Pero lo más importante es que plantea lo que casi nadie quiere admitir: la crisis de la democracia, dramáticamente a merced de la ignorancia. Llamarle populismo es un eufemismo de una gran delicadeza.
Este acento sobre la ignorancia puede causar extrañeza. No debiera. Voy a darte unos datos. En primer lugar sobre su dimensión. Un 25% de los españoles mayores de 18 años cree que el Sol gira alrededor de la Tierra. Son datos de una encuesta oficial, presentada el año pasado por el ministerio de Economía. Si una cuarta parte de los españoles con derecho a voto tiene esas opiniones sobre el Sol y la Tierra, es fácil deducir cuáles tendrá sobre el partido Podemos. La ignorancia está arraigada, pero no debemos obviar el progreso imparable. Hace 10 años era el 40% de los españoles el que creía eso. Por lo tanto, y en teoría, la reducción de la ignorancia, que evidentemente no afecta sólo a los españoles, debería reflejarse en la política. Pero yo tengo otra hipótesis.
En el pasado los ignorantes se limitaban a seguir con indiferencia las diversas instrucciones de la élite. Su inhibición política era notable. La situación ha cambiado bruscamente. Ahora la ignorancia está articulada, y se muestra con orgullo. Las redes sociales han vertebrado, y otorgado identidad, poder y disciplina, aun tumultuaria, a los ignorantes. Internet no sólo junta a los iguales filatélicos. Esta dinámica de grupo tiene efectos poderosos. Hasta el punto de que cuando Trump se dirige a ellos, llamándoles lo que son y animándoles a que se exhiban con arrogancia, el grupo reacciona felizmente a una. El bronco griterío de la identidad compartida se impone a la constatación humillante del insulto. Luego está el embrutecimiento.
Históricamente, las masas han disfrutado de sus innumerables variedades, desde el alcohol al juego, pasando por el deporte y el espectáculo sicalíptico. Ahora la política también forma parte destacada del embrutecimiento de las masas iletradas. El éxito español de la Sexta o el de la cadena Fox en EEUU no se explican sin ese cambio en las formas de consumo. Political trolling. O garbage politics. O tra(n)shpolitical. Hay muchas opciones en el Urban Dictionary.
El embrutecimiento se asocia al despotismo de las emociones. Es posible. Pero, respecto a las emociones, emerge el incómodo caso de la diputada Cox. ¡Cuántos titulares de periódico no habrían subrayado la emoción de su martirio en caso de Bremain! En cambio, su silencioso entierro postelectoral es agobiante. Puede argumentarse que sin su asesinato la victoria del Brexit aún habría sido más escandalosa.
Pero el argumento tiene el aspecto de un magro consuelo. Como dijo el martes Cayetana Álvarez de Toledo, en nombre de Libres e Iguales, la llamada politización fosiliza la política como el emoticón las emociones. También hay que tener en cuenta las características psicológicas del paisaje local, racial: aunque es fama que los ingleses ignoran dónde tienen el corazón, eso no descarta que sientan ferozmente su hígado. Sospecho que la superioridad emocional de la bilis es manifiesta.
La hegemonía de los ignorantes no podría materializarse sin el apoyo de los frívolos que resuelven a fuerza de posturitas radicales sus episódicos pleitos con el establishment y, sobre todo, de los cínicos. Boris Johnson es el ejemplo perfecto. Su pertenencia a la élite, desde la cuna, es indiscutible. Su inteligencia satírica también. Sabe que debe hacerse el tonto para ganar. Si consigue ser el líder de los conservadores, tratará de minimizar los efectos del Brexit e incluso tratará de darle la vuelta. Hasta ahora el populismo, de Berlusconi a Tsipras, ha servido para alcanzar el poder, nunca para ejercerlo. Será interesante ver si el Brexit introduce alguna novedad en la tendencia.
En cualquier caso las élites están haciendo un gran negocio con la estupidez política. Lo está haciendo Johnson, el listo. Y lo está haciendo Iglesias: el periodista Santiago González describió hace tiempo aquel momento glorioso en que el líder de Podemos explicaba cómo se peleó con «un grupo de lúmpenes [sic], gentuza de clase mucho más baja que la nuestra». El discurso de los dos populistas sólo responde a las estrategias convencionales para hacerse con un nicho de mercado. Y, obviamente, la estupidez es también un gran negocio mediático. Dan fe de ello gentes como el difunto José Manuel Lara o el vivo Roures. En el primer caso con el simpático agravante de que el negocio contradecía algunas de sus presuntas convicciones políticas.
La responsabilidad de las élites no se agota con estos ejemplos. La política debe revisar sus filtros de acceso, más allá de genealogías y diplomas. Cameron se formó en Eton y Oxford: y sólo hay alguien que pueda emular en Europa su capacidad divisiva y de fracaso, su legado de ruinas, y es nuestro Artur Mas, formado en Aula y capaz de ofender la inteligencia en varios idiomas. Están nuestros ministros de Interior y de Exterior que demuestran, ¡espacialmente!, hasta qué punto no hay salida. O ese joven de la nueva política que no sólo practica, como vicios, la homeopatía, el reiki y la acupuntura, sino que cree en ellas. Cuesta justificar que los tontos les espeten: «No nos representan».
Sí, estoy con Piketty, con Varoufakis, contigo: la desigualdad es el principal problema de la democracia.
Y sigue ciega tu camino.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 26/06/16