IGNACIO CAMACHO-ABC

  • En un escenario inflamable como el de Oriente Medio, el concepto de amenaza controlada constituye un oxímoron estratégico

Ningún invento humano adquiere, por desgracia, su verdadera carta de naturaleza hasta que alguien encuentra el modo de utilizarlo como arma de guerra. (Al menos en internet ocurrió al revés, pues antes de su universalización nació como red específica de comunicaciones de defensa). Así, el proceso que llevó a Alfred Nobel al arrepentimiento se ha reproducido en la reconversión de los drones como herramienta bélica: cuestan relativamente poco, son difíciles de interceptar y no arriesgan vidas, aunque todavía –toquen madera– tampoco parecen en condiciones de transportar artefactos de destrucción masiva. Ya han tenido un papel estelar en Ucrania, como antes en Siria, y ahora protagonizan el intercambio de amenazas controladas entre Israel e Irán, a modo de mutuas advertencias sobre lo que les (nos) puede venir encima.

Algunos analistas internacionales hablan de la ‘diplomacia del dron’, que vendría a ser algo así como un tanteo, una demostración de que a judíos y chiítas les conviene estarse quietos y no desestabilizar demasiado una zona que ya corre de por sí altísimo riesgo. Una especie de apertura de ajedrez con movimientos de piezas secundarias sobre el tablero geoestratégico. Exhibiciones de fuerza con daños de baja intensidad en los bombardeos para no pisar esa línea invisible que separa la hostilidad del conflicto abierto. Sólo de momento porque en la tensión de Oriente Medio cualquier chispazo aislado puede desencadenar un enfrentamiento directo.

El otro día hablaba Cuartango de la teoría de las catástrofes y de cómo el tiempo aumenta las probabilidades de que un pequeño detalle suelto acabe derivando en enorme desastre. Eso en condiciones normales; súmese la existencia de devastadores armamentos en una región en perpetuo equilibrio inestable y es fácil imaginar hasta qué punto crece el porcentaje. Cuando los ayatolás’ anuncian el fin de la doctrina de la ‘paciencia estratégica’ y la contraparte –o sea, Netanyahu– siente la presión pública interna en su cogote no hay nadie capaz de predecir el desenlace de una espiral de ataques por limitados que sean sus propósitos y su alcance.

Los indicios sugieren que la guerra de ‘proxies’ –Hamás, Hezbolá, los hutíes– contra Israel se está transformando en una confrontación mano a mano. Las potencias occidentales se esfuerzan en evitar que la coreografía de drones constituya el prefacio de un salto cualitativo que dejaría la invasión de Gaza en un juego de párvulos. Pero siempre es posible un fallo de puntería o de cálculo, nunca descartable en un escenario donde resulta un eufemismo hablar de bandos moderados: uno se juega su supervivencia y el otro su estatus de liderazgo en el mundo islámico. Por si acaso, y para los aficionados al maniqueísmo de buenos y malos, conviene recordar que todo empezó esta vez con el brutal asesinato terrorista de cientos de israelíes desarmados.