La disciplina del «no es no»

LIBERTAD DIGITAL 18/10/16
CRISTINA LOSADA

Tiene alguna utilidad que todo el dilema existencial de los socialistas españoles se haya reducido a la cuestión del no. A la penosa disyuntiva de si mantener o dejar en suspenso, abstención mediante, el no a la investidura de un gobierno en minoría de su archienemigo. Tan penosa y tan atormentada, por cierto, que los dirigentes favorables a lo segundo no se atrevieron a plantear y defender su posición en el comité federal y optaron por la vía indirecta, aunque efectiva, de defenestrar a Sánchez. La posibilidad de abstenerse era asunto tabú: ni siquiera se podía hablar de ella en voz alta. Aún ahora, cuando faltan pocos días para que deban tomar, sí o sí, una decisión sobre el «no es no», hablan con más soltura los que quieren mantenerlo que los que quieren enmendarlo.

La reducción del dilema socialista a esa mínima expresión es útil porque pone de manifiesto un común denominador. Los dos partidos tradicionales han vivido, en gran medida, del no al otro: del no sobreactuado, para ser exactos. Porque es natural que haya alternativa, pero que esa alternativa se funde siempre y en toda circunstancia en una elección entre el no al otro y el apocalipsis tiene poco de razonable. No es de extrañar que, acostumbrados a ese modus operandi, muchos socialistas crean que apearse de la negativa equivale a una rendición incondicional que los conducirá irremisiblemente a la extinción.

Qué hubiera hecho el PP de encontrarse en la tesitura de su rival, no lo sabemos. Pero sabemos lo que hizo en una ocasión en que estaba en la balanza «el interés de España», tan mentado ahora. Cuando Zapatero se decidió a hacer el miniajuste de 2010, en una situación límite que inquietaba en toda Europa y más allá, el Partido Popular votó en contra. Aquel decreto era lo mínimo que se podía hacer, pero resultaba esencial para evitar mayores quebrantos a nuestro país durante el seísmo que hizo temblar al euro. Para el PP, lo más importante, sin embargo, era decir no a Zapatero. El decreto salió adelante por un solo voto.

No es ningún misterio que si algo caracteriza a la política española desde hace años es la polarización. En consonancia, el PSOE sigue apostando al rechazo frontal al PP como fuente de votos y el PP hace lo mismo, sólo que incorporando a Podemos, quien no aspira a otra cosa que a ser el polo alternativo. Y no están nada descontentos los de Rajoy con la aparición del aspirante, visto cómo se han centrado en la inquietud que causan esos extremistas para intentar recuperar a votantes desafectos. En cualquier caso, el juego permanecería así en los términos irreconciliables de siempre, se trate de lo que se trate.

La situación del Partido Socialista parece tan agónica y, al tiempo, tan absurda que se puede pensar que lo mejor para él es que se mantenga en el no, y que afronte después las consecuencias. Esto es, unas terceras elecciones de las que es fácil que salga más disminuido. Pensarán tal vez los del «cuanto peor, mejor» que una catástrofe provocará una catarsis partidaria y de la catarsis surgirá algo bueno. Yo lo dudo. Creo que «cuanto peor, peor» y que un hundimiento del PSOE sólo dará alas a la nueva polarización en ciernes. Sin contar, claro, con que una tercera vez a las urnas sería una vuelta de tuerca más en la desconfianza y el rechazo a la política que tanto han crecido estos años. Lo mejor sería romper el viejo círculo vicioso de la confrontación, que es la causa de que no haya acuerdos para formar un Gobierno y de que el PSOE esté al borde de la fractura.