El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA ANTÓN
Solo tras unas nuevas elecciones y un sólido Gobierno de coalición se podrá acometer la tarea de restablecer el orden democrático en Cataluña
El presidente Pedro Sánchez ha confesado tener un plan para Cataluña y lo ha hecho por boca de la ministra Meritxel Batet. Por lo que de momento se conoce del plan, este consiste en un etéreo diálogo con el independentismo catalán, con el ánimo de rebajar la tensión política para posteriormente tratar de restituir al Estatuto de autonomía, aquellos artículos declarados inconstitucionales. Según el relato socialista sobre la crisis catalana, fue la impugnación de aquellos artículos lo que estaría en el origen de la actual crisis catalana. Otra cosa es que el relato sea cierto.
Sánchez ha declarado ser el artífice de una nueva época política en España, pero parece más bien que es el deudor de antiguas y recientes deudas que debe pagar al contado. En efecto, el espectacular Gobierno conformado por Pedro Sánchez más parece proceder como una junta del concurso de acreedores que como un Gabinete soberano. Su principal tarea, hasta hoy, se limita al pago de las deudas contraídas con quienes le auparon a La Moncloa. Se apresuró a pagar al PNV y se aplicó en anticipar favores a Quim Torra, revistiendo de respetabilidad a quien poco antes había tachado de racista. La deuda con Podemos la tiene a medio saldar tras el traspiés de RTVE, que ahora trata de paliar negociando una subida de impuestos. Todo ello se ha llevado a cabo sin recato ni pudor, pero circunscribiéndonos al tema catalán el presidente Pedro Sánchez carece de posibilidades reales para encarar y solucionar un contencioso tan grave. La política catalana del líder socialista está lastrada por la doble hipoteca que representan el PSC y el tándem Torra-Puigdemont.
El PSC es un partido socialdemócrata atípico que tiene en la identidad su razón de ser, antes que en la igualdad o la fraternidad. Es un partido filonacionalista que antepone el catalanismo a cualquier otra variable política. Con Pascual Maragall alcanzó su cénit como formación política. Su éxito constituyó la antesala de su imparable decadencia. Aspiró a sustituir al pujolismo, pero fue incapaz de liderar una política que superara los vicios contraídos por el nacionalismo supremacista. Miquel Iceta, el actual secretario del PSC, representa lo peor de un socialismo identitario, pero fue uno de los puntales de la recuperación política de Sánchez y este le ha asignado, en pago a su apoyo, el pilotaje de su estrategia en Cataluña. Una estrategia que no busca una solución constitucional a la crisis, sino la mejor ubicación del PSC en la misma.
La segunda de las hipotecas es la suscrita con Puigdemont y con Torra, su valido. Sánchez se alzó con la presidencia del Gobierno gracias al apoyo del secesionismo catalán, enemigo declarado de la estabilidad política española y de la normalidad democrática. «Hemos de atacar al Estado», dice Torra. Sánchez es presidente gracias al PDeCAT, es decir, gracias al prófugo Puigdemont. La pervivencia de la mayoría absoluta que le aupó a La Moncloa depende de Puigdemont, y es obvio que el expresidente catalán no está por la labor de una solución constitucional y democrática al problema que él ayudó a generar.
La gravosa hipoteca del PDeCAT que pesa sobre Sánchez hace imposible cualquier solución democráticamente viable al problema catalán. Problema que el PSC no ayudará a resolver mientras insista en mantener el ‘cordón sanitario’ contra los partidos constitucionalistas catalanes. El Pacto del Tinell, que en 2003 tenía como objetivo al PP de Aznar, incluye ahora al partido más votado de Cataluña, que es Ciudadanos. El PSC no está por la labor de unirse al bloque constitucional en la solución del contencioso.
Con ser graves y onerosas las hipotecas catalanas de Sánchez, las expectativas de una solución democrática y constitucional se minoran todavía más si tenemos en cuenta su etérea y líquida ideología respecto a la nación española. Su idea de una España plurinacional carece de recorrido y tan solo sirve para twittear en tiempos de zozobra o como paño caliente ante la calentura de los nacionalismos identitarios. El PSOE actual carece de una idea progresista de España y se pierde en los meandros identitarios de la España plurinacional.
La llegada de Sánchez a La Moncloa puso fin a un Gobierno que encaró mal y tarde el grave problema catalán. Aquel Ejecutivo adolecía, además, de una debilidad constitutiva que tenía en la corrupción su talón de Aquiles. Sánchez fue bienvenido, pero lo fue de manera provisional y como un mal menor. Es un presidente constitucional y legítimo, pero es también el producto de una improvisada cruzada negativa. Prometió ser breve pero ahora pretende durar. Ha dado a entender que tiene un plan para Cataluña; pero al parecer, su plan consiste en durar. Solo tras unas nuevas elecciones y un sólido Gabinete de coalición se podrá acometer la tarea de restablecer el orden democrático en Cataluña. Sánchez gesticula y amaga, pero no gobierna. Para hacerlo se ha de carecer de hipotecas y ganar unas elecciones.