Vicente Vallés-El Confidencial
- Los adalides del ‘no a la guerra’ forman parte de un Gobierno que envía armas a la guerra. Quién nos ha visto y quién nos ve… Pero nadie hace el dignísimo gesto de dimitir
Hay fotografías que dejan una marca indeleble. Así ocurre con una instantánea tomada a primera hora de la tarde del 21 de diciembre de 1959 en el aeropuerto de Torrejón de Ardoz. Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos, abraza a Franco.
No es sencillo establecer con precisión el nacimiento del antiamericanismo efervescente que altera los jugos gástricos de algunos españoles desde casi siempre, y que regurgita en ocasiones como esta, en la que hay quien está tan indignado (o más) con la existencia de la OTAN, que con la invasión rusa de Ucrania. Pero aquella foto puede ser considerada como un hecho iniciático de esa patología. Tampoco resultaron de mucha ayuda las dudas iniciales del presidente Gerald Ford sobre la Transición tras la muerte del dictador. Ni reparó esas malas sensaciones que, en medio del 23-F, cuando la incipiente y todavía frágil democracia española se tambaleaba, el secretario de Estado Alexander Haig despejara el problema con un displicente y sospechoso «ese es un asunto interno de España».
En los 80 llegó la promesa —de la que tanto se arrepintió Felipe González— de convocar un referéndum para salir de la OTAN (algunos gritan todavía el vetusto «OTAN no, bases fuera»), que terminó siendo un plebiscito para quedarse. En 1990, Irak invadió Kuwait, y Estados Unidos puso en marcha una coalición internacional para echar de allí a Sadam Huseín. El gobierno socialista, temeroso de sus propios votantes, ocultó su autorización para que los bombarderos B-52 americanos despegaran de la base de Morón de la Frontera cargados de bombas para lanzarlas sobre Bagdad, hasta que la imagen de los aviones de combate apareció en televisión. En 2003, Aznar dio su apoyo político a George Bush en la Guerra de Irak, y nació el «no a la guerra».
Luego llegaron el 11-M y la victoria electoral de Zapatero que, siendo líder de la oposición, no quiso levantarse ante la bandera de Estados Unidos en un desfile. En su campaña electoral prometió retirar las tropas de Irak si antes del mes de junio de 2004 no había una resolución de la ONU que apoyara esa presencia militar. Pero tres meses antes, en su primer día como presidente, Zapatero ordenó una retirada abrupta, sin cumplir sus propios plazos y sin coordinarla con los aliados. «Bush me llamó para decirme que estaba muy decepcionado», declaró Zapatero, ignorado (él y España) a partir de ese día por Estados Unidos. Rajoy comprobó que la relación no se había recuperado cuando vio a Obama pasar fugazmente por España, solo unas horas, para visitar la base de Rota. Se nos considera, básicamente, un portaaviones. Y, de momento, Pedro Sánchez ha conseguido compartir con Biden apenas treinta segundos de paseo por un pasillo.
Ahora llega la invasión de Ucrania, y eso obliga a retratarse. Alemania da un vuelco a su criterio desde la Segunda Guerra Mundial: envía armamento a una guerra y amplía su presupuesto militar por encima del 2%, como pide Estados Unidos desde los tiempos de Obama. Con Alemania, otros 19 países habían decidido aportar armas ofensivas. Sánchez dijo el lunes que no, a riesgo de ser incluido en lo que la ministra de Podemos Ione Belarra califica irónicamente como sector ‘hippie’. Pero el martes, Josep Borrell, exministro de Sánchez, declaró ante el Parlamento Europeo que «nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado». Y el miércoles Sánchez dijo que sí. Dúctil.
Podemos traga otra vez. Se conforma con decir lo contrario que el PSOE, en medio de fuertes tensiones internas. Porque el partido está en contra, pero quien ha sido designada digitalmente para ser su cabeza de lista electoral, Yolanda Díaz, está a favor. Podemos es muy original. Y débil. Pedro Sánchez ningunea a sus socios de coalición con una soltura displicente, porque ni siquiera ha permitido que el envío de armas se debata en el Consejo de Ministros. Lo ha decidido Sánchez, y punto, mientras los dirigentes de Podemos —y quien los maneja— hacen «la revolución desde la cama», como dice una canción de Oasis.
Ahora, los adalides del ‘no a la guerra’ forman parte de un Gobierno que envía armas a la guerra. Quién nos ha visto y quién nos ve… Pero nadie hace el dignísimo gesto de dimitir, porque si renuncian al oropel y la púrpura de sus ministerios se quedan en la raspa. Y tampoco hacen lo que harían si gobernara otro: ya no llenan las calles de manifestantes. Son elásticos por encima de sus posibilidades, y hasta serán en junio anfitriones de una cumbre de la OTAN, esa organización ‘imperialista’ de la que quieren que España se vaya. Qué difícil es esto de gobernar…
Ahora, el socio de Sánchez es inofensivo, electoralmente endeble, tiene un liderazgo extraviado, y ya cubre sus escasas expectativas en el cuerpo a cuerpo con Santiago Abascal: Podemos y Vox se acusan mutuamente de sus veleidades rusas en el pasado. Y en eso, ambos tienen razón.