YA DIJIMOS, cuando el típico chaval conflictivo conectó un gancho de izquierdas en la cara de don Mariano sin moverle del sitio, que tumbar al marianismo no iba a ser fácil. Lo que no podíamos predecir es que otros chavales de izquierdas con ganas de conflicto y escaños en las Cortes proporcionarían a Rajoy todas las facilidades para que concluya apaciblemente su mandato. Descartada la sospecha de que Pablo se inventó la moción de censura para tapar el sofocón de Irene tras la cobra de la SER, los analistas coinciden en que se trata de la enésima presión sobre el PSOE para decantar sus primarias a favor de don Pedro, que últimamente viste chupa de rebelde anticapi temporada 2016/2017. El arcón de disfraces políticos del transformista Sánchez convierte a Mortadelo en un monótono Zuckerberg de camiseta gris.
Yo creo que el último espectáculo parido por la productora Pablirene & Asociados solo es la recompensa al esmero con que el PP vació su tramabús de vergüenza ajena y se lo llenó de verosimilitud al estallar la Lezo. Y Podemos, en justa correspondencia, ahora quiere reforzar a don Mariano cuando atraviesa su peor momento. Porque eso es lo que pasará si presentan la moción: que la ganará Rajoy, en votos y en réplicas, y Podemos sufrirá el desgaste de la derrota. A los niños que baten palmas en las gradas del circo morado, esperando que a Rajoy se lo coman los leones, hay que explicarles que toda moción de censura debe proponer un candidato alternativo y un programa consensuado, y 2016 nos enseñó que para ese potaje los ingredientes de PSOE, C’s y Podemos ni mezclan ni pueden mezclar. Por supuesto Iglesias lo sabe, pero sería la primera vez que le importara gastar su crédito en tiros de fogueo. La moción es una e-moción, una sacudida de realidad virtual que renueve la atención infantil de su público, que amenazaba con aburrirse si no le subían la dosis de adrenalina hater. Claro que quien más se divierte con todo esto, naturalmente, es don Mariano.
Había corrido a refugiarse en las nubes activando el protocolo de emergencia anticorrupción, que coincide con el protocolo antiterrorista americano, pues consiste en subirse al Air Force One y ponerse a dar vueltas como hizo Bush cuando atacaron las torres. Abajo, en tierra, sus hombres –o sus mujeres– libraban por él la batalla en el barro de la injerencia judicial o del oportuno estrechamiento del cerco a los Pujol… cuando irrumpe a caballo don Pablo, del séptimo de caballería populista, para refrescar en los votantes moderados el miedo a la alternativa radical. La pinza reluce.
Tiene que ser desesperante. Cada vez que cargas de frente contra tu peor enemigo lo terminas reforzando. Censuras a Rajoy, pero le quitas el foco de la corrupción para ponerlo en tu ocurrencia; maldices el capitalismo, pero engordas las arcas de las cadenas privadas; abominas del machismo, pero expones a tu femenino número dos al ridículo frecuente. Paradojas que cabalga Podemos en una escapada de sobreactuación maniquea que ya hastía. En política la línea más corta entre dos puntos –oposición y gobierno– rara vez es la recta. Oposición no es decir «no es no»; es decir «no, pero». Al comunismo siempre le interesó más la vertiginosa destrucción del orden burgués que la ardua construcción del paraíso proletario, pero no todos pueden ser Macron o ZP tras el 11-M: el acceso al poder en democracia suele requerir paciencia. Iglesias no la tiene, y como dijo un orador, no sabemos hasta cuándo abusará de la nuestra.