La emoción reaccionaria

EL MUNDO 11/02/14
ARCARI ESPADA

Los suizos acaban de optar por la limitación de la entrada de extranjeros en el país. Y lo realmente fabuloso es que llaman extranjeros a ciudadanos de la Unión Europea, a la que no pertenecen con todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes de pertenecer. Sin embargo, no cabe cargar la mano. Los suizos han decidido eso en uno de sus inefables referendos, pero creo que cualquier otro país europeo que hubiera planteado una pregunta semejante a sus ciudadanos habría obtenido resultados parecidos.
Hay un acuerdo general en que la libre entrada de ciudadanos europeos ha comportado sólidos beneficios a la economía suiza. Y, en consecuencia, los resultados del referéndum se achacan a razones de «orden emocional», que es como pulcramente se denominan los desórdenes emocionales del nacionalismo y la xenofobia. El proceso de toma de decisiones es uno de los asuntos más controvertidos y fascinantes de la psicología moderna. Muchos especialistas aseguran que la tradicional sentencia «El corazón tiene razones que la razón no entiende» es un anacronismo y que la racionalidad solo es el relato que el corazón cuenta para disimular su imperio: todas las decisiones humanas están basadas en las emociones. Yo prefiero enfoques mixtos como el de Kahneman que describe la actuación de dos sistemas de pensamiento, uno más intuitivo y emocional y otro más reflexivo y racional. Pero sea cual sea la verdad del intrincado proceso es indiscutible que la presión emocional sobre el relato político ha aumentado exponencialmente en la era mediática y prosigue su espiral alcista a través de las redes sociales. Lo prueban hoy la decisión suiza, contraria a los intereses del propio país, por decirlo de algún modo, o el absurdo proceso separatista de Cataluña. Es evidente que esa democracia sin intermediarios, que tiene tantos y tan transversales patrocinadores, favorece la hegemonía de los factores emocionales en las decisiones. Y que de algún modo, la política y los políticos, con sus mediaciones, atemperan esos factores, aunque se sirvan de ellos a conveniencia en su doble juego inexorable.
Para la izquierda inmediata la lección suiza es interesante. Se comprueba la probabilidad de que la voz emocionalmente desatada del pueblo atente contra conquistas progresistas. Y que más allá de melosas presunciones, la voz del pueblo es reacción y miedo.