Juan Carlos Viloria-El Correo
- Han apostado por renovar a Urkullu, pero tiene pendiente revisar su política de alianzas
El Partido Nacionalista Vasco se encuentra en una de las encrucijadas políticas más difíciles desde el enfrentamiento entre Garaikoetxea y Arzallus que se saldó con la creación de Eusko Alkartasuna. Tras décadas de gobierno y oasis, la condena por corrupción a importantes miembros del partido (caso De Miguel), la deficiente gestión de los servicios públicos (sanidad, educación, economía, vivienda, seguridad) en parte provocada por la colocación en puestos de mucha responsabilidad a afiliados sin la necesaria preparación. El desgaste de sus dos figuras clave: Iñigo Urkullu y Andoni Ortúzar, le han obligado a emprender una renovación política. Los peneuvistas han afrontado el problema del liderazgo con decisión y audacia sustituyendo al previsible y cauteloso Urkullu por el imprevisible y desconocido Imanol Pradales.
El segundo problema es su política de alianzas. Su alineamiento incondicional con el bloque social-populista con Sánchez y Yolanda Diaz al frente activando unas política económica neo-chavista, tampoco han contribuido a reforzar su imagen de partido gestor y prudente. A lo que hay que añadir un rol de compañero de viaje de una ingeniería social cercana al wokismo. Durante este quinquenio se han desdibujado tanto sus señas de identidad económica como su perfil tradicionalista, mientras que los herederos de Herri Batasuna ocupaban su lugar en el tablero madrileño y el abertzalismo soberanista. Pese al triunfo del PP de Feijoo en las elecciones generales los nacionalistas vascos renovaron su integración en el bloque social-populista ahora más inestable que en la anterior legislatura por la dependencia de Puigdemont.
Siguen calculando que la misma debilidad de Sánchez es una ocasión irrepetible para arrancar mayores trozos del pastel. Pero los evidentes síntomas de que el barco de Sánchez
tiene una vía de agua angustiosa con la amnistía encallada y enfrentado al poder judicial; el desastre en las elecciones gallegas y el tumor de la corrupción tocando el corazón del partido y del gobierno, le han debido encender las señales de alarma. Después de las elecciones vascas de abril si continúa el desgaste y la debilitación del partido, el PNV no tendrá más remedio que plantearse seguir en coalición con Sánchez en rumbo de colisión o saltar del barco.
No se puede descartar que después del verano la debilidad de Sánchez y su mayoría progresista no habrán hecho más que agudizarse. Y, en consecuencia, tampoco que empiece a sobrevolar sobre Moncloa una moción de censura o elecciones anticipadas. El nuevo contexto puede ser favorable a que el PNV acabe apostado por un cambio de la mano de un Feijoo muy consolidado y sin la amenaza de un Vox cada vez más difuminado. Ahí está el PP vasco esperando recuperar una parte del voto prestado a aquel PNV moderado y previsible.