IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El argumentario oficialista de la ‘pacificación’ se cae a pedazos por falta de colaboración de los presuntos pacificados

La única certeza de las próximas elecciones catalanas es que las va a volver a ganar el nacionalismo, entre otras cosas porque se trata de una fuerza transversal que ha hegemonizado el sistema político a base de permeabilizar a casi todos los partidos. Falta por saber si el vencedor será el separatismo frontal, gamberro, de Junts; el separatismo pragmático de Esquerra; el criptonacionalismo del PSC o el autodeterminismo de los Comunes de Colau, que han servido el pretexto para el adelanto; o si los energúmenos de las CUP resultarán decisivos para armar acuerdos parlamentarios. Pero es seguro que la Cámara autonómica tendrá alrededor de dos tercios de partidarios de la independencia, inmediata o a plazos, y que los socialistas sólo pueden aspirar a gobernar de su mano. El constitucionalismo, allí llamado despectivamente españolismo o unionismo –como si se pudiese aspirar a unir lo que no está fracturado–, será minoritario o incluso testimonial aunque pueda subir en escaños si el PP y lo que queda de Ciudadanos son capaces por una vez de trascender la pequeñez de sus escrúpulos sectarios.

Más allá de ese voto endémico que en Cataluña se ha convertido en una especie de patología social o en una obnubilación mitológica, la inesperada convocatoria introduce un nuevo factor de incertidumbre en la escena española. Sánchez ha hecho descansar toda la legislatura sobre la base de unas alianzas con socios tan poco fiables que ni siquiera se conforman con que la Moncloa se someta a su perpetuo chantaje. Creer que la amnistía iba a aplacarlos es un error de proporciones garrafales; por el contrario, una señal de debilidad de esta clase los estimula para incrementar el desafío al Estado en busca de nuevos puntos vulnerables. La lógica (?) de la confusión ha alcanzado un punto en que el presidente ya no sabe si le beneficia que su candidato gane porque expulsar del poder a los secesionistas podría quebrar el bloque ‘de progreso’ y dejar la viabilidad del mandato en el aire.

Y por otro lado está la incógnita de Puigdemont, un aventurero dispuesto a extremar las situaciones límite en su provecho y al que le conviene intensificar el ruido, agudizar las contradicciones y profundizar al máximo posible en el enredo. Si se presenta en Barcelona, como ha sugerido su abogado, meterá en un serio problema al Gobierno, pero aun quedándose en Waterloo está en condiciones de convertir los comicios y la posterior investidura en un descalzaperros. Sánchez se va a terminar arrepintiendo de haberle concedido el privilegio de marcar los tiempos. El prófugo se ha vuelto incontrolable y es consciente del poder que ha caído en sus manos. El cacareado argumentario oficialista de la ‘pacificación’ se cae a pedazos por falta de colaboración de los presuntos pacificados. Es el problema de tomar por aliados a quienes nunca han dejado de considerarse adversarios.