La energía de las naciones

IGNACIO CAMACHO, ABC 12/10/13

· Quizá el gran error del secesionismo sea el de minusvalorar la energía telúrica que cohesiona la nación española.

Una nación no es sólo el fruto de un conjunto de sentimientos compartidos. Las naciones se forjan a través de siglos de convivencia y de tensiones, de forcejeos superados, de peripecias comunes, de fracturas recompuestas, y en ese tránsito elástico su cohesión se va cosiendo con hilos invisibles en el tejido de la Historia. Las identidades nacionales no son uniformes sino constantes y progresivas, y se construyen en pactos de tiempo que enlazan avatares complejos de sangre y de pasión, turbiones de emociones y de ideas, meandros de fracaso y de gloria. Una nación no se inventa en un arrebato ni se destruye en un delirio porque hay fuerzas que la sujetan según la ley de la gravitación histórica.

Quizá el gran error del secesionismo catalán sea el de minusvalorar la energía telúrica que cohesiona la nación española. Los soberanistas han creído intuir en la grave crisis de las instituciones y en el pesimismo de la sociedad una falla estructural en la que poder abrir brecha con su plan de fuga. Pero tal vez acostumbrados a pensar en el Estado español se hayan olvidado de España. De la comunidad de ciudadanos herederos de un proyecto mucho más profundo y más complejo que las causas de esta circunstancial zozobra.

Esa energía de las naciones no sólo se expresa a través de las leyes y de la política; circula por la médula social y proporciona al ideal democrático una estabilidad intangible. El desafío independentista ha comenzado a despertar en el sistema inmunitario español los primeros anticuerpos contra la amenaza de ruptura. Se trata de un estado de ánimo que supera los planteamientos políticos, las diferencias ideológicas y hasta los climas de opinión para inspirar un espíritu de defensa colectiva frente al riesgo de amputación traumática. El soberanismo ha efectuado un cálculo demasiado optimista de la debilidad de la respuesta; ha confundido la nación con su trama institucional sin entender que por debajo de ésta late con fuerza una voluntad de supervivencia histórica, civil y sentimental mucho más vigorosa.

Detrás de un Estado en crisis está España, la España que ha sabido prevalecer durante siglos frente a la irrupción constante de sus propios demonios. Al comienzo de esta aventura rupturista, el separatismo catalán contaba con la ventaja de un impulso aglutinador, de un proyecto unilateral con potente capacidad de arrastre en medio de una postración general indiscutible. Pero la dinámica del proceso ha generado un aliento defensivo de equilibrio que empieza a cohesionar un sentimiento de resistencia, una determinación de continuidad que no va a resignarse ni a abdicar de su propio destino. Una nación no se define por la ausencia de tensiones sino por su capacidad de superación para afrontarlas. España se ha asomado al abismo muchas veces, pero ni en la más peligrosa de ellas ha acabado por derrotarse a sí misma.