Ignacio Camacho-ABC
- La ‘socialdemocracia de siempre´ es la nueva falsa etiqueta con la que Sánchez disfraza su deriva aventurera
La marcha de Iván Redondo de Moncloa se nota en la poda retórica de los discursos presidenciales, ahora mucho más contenidos en el uso de palabros y cursilerías posmodernas. Lo que no ha desaparecido es la técnica propagandística de sustituir las ideas por simples etiquetas y pegatinas verbales destinadas a encubrir su ausencia. La más destacada del 40º Congreso es la que proclama el retorno a «la socialdemocracia de siempre» en vez de aquel «somos la izquierda» con que Sánchez consumó hace cuatro años su revancha interna. El principal aval del rótulo ha sido un Felipe González avenido a moderar su espíritu crítico ante la evidencia de que la mayoría electoral del PSOE está en claro peligro. González no se ha vuelto sanchista porque el sanchismo representa un modelo bien distinto al suyo, y de hecho no se resistió a la tentación de sugerirlo, pero tampoco ha dejado de ser socialista ni de preferir que gobierne su partido, que es como la segunda familia -a veces hasta la primera- para cualquier político.
Es dudoso sin embargo que más allá de esa solidaridad instintiva se haya tragado el señuelo del giro centrista, la enésima simulación del gran paladín de la mentira. Porque la socialdemocracia de siempre, la que encuentra en el felipismo su referencia legítima, le prohibió al actual líder aliarse con tardoetarras y separatistas. La socialdemocracia de siempre -lo dijo el propio expresidente- no era complaciente con las tiranías ni escogía socios prohijados por regímenes populistas. La socialdemocracia de siempre, la que suscribió el pacto constitucional como acta del fin real de la guerra, no estrechaba lazos con los adversarios declarados del sistema. La socialdemocracia de siempre mantenía una estructura orgánica con una potente jerarquía intermedia y corrientes de opinión que han sido laminadas para suprimir todo atisbo de disidencia. La socialdemocracia de siempre, en suma, aun habiendo creado un gigantesco aparato clientelar, alimentado el nacionalismo y caído en los vicios del liderazgo cesáreo, conservaba un mínimo respeto por las formas democráticas y un cierto sentido institucional del Estado.
Nada de eso queda ya en esta organización al servicio personal directo de un condotiero cuyos colaboradores y seguidores aceptan sin pestañeo su tornadiza volubilidad de criterio. El oportunismo de Sánchez ha culminado la tarea deconstructiva de Zapatero en el partido y en el Gobierno, de tal modo que incluso los doctrinarios más férreos tienen dificultades para delimitar la frontera política entre el PSOE y Podemos. Lo que sí continúa conservando es el peso inercial de unas siglas y una marca de raíces sólidas al margen de la disipación de su identidad ideológica. Se equivocará quien desdeñe esa capacidad movilizadora reforzada por una hegemonía mediática muy poderosa. Vamos a tener impostura socialdemócrata hasta en la sopa.