Ricardo Arana-El Correo

  • El proyecto de Ley Vasca de Educación, en lugar de favorecer el logro de todos los estudiantes, lo facilita solo a una minoría

Ysi el éxito escolar de la mayoría de los estudiantes vascos dependiera de una mentira? No de una falsedad accidental, algo que creemos cierto pese a no serlo. Sino de un bulo fabricado sobre el que se alza un sistema que, en lugar de favorecer el logro de todos los estudiantes, lo facilita solo a una minoría. Eso hace el proyecto de Ley Vasca de Educación cuando fija que todos ellos (artículo 66) pueden y deben obtener en Enseñanza Primaria el nivel B1 del Marco Común Europeo de Referencia y B2 en ESO en ambas lenguas oficiales, independientemente de la predominante en su entorno más cercano.

Entrevistado el 10 de febrero de 2022, el director de Programa de EH Bildu se «reafirmaba» en los «objetivos que plantea la actual ley, la Ley de la Escuela Pública Vasca de 1993, que son que todos los alumnos y alumnas que terminen el período escolar obligatorio alcancen el nivel B2 del Marco de Referencia Europeo». Pero ni en el articulado de dicha ley, en vigor aún, ni en ninguna de las normas desarrolladas aparece tal referencia. Solo en el nuevo proyecto. De hecho, el consejero de Educación, en su comparecencia el pasado día 4 para solicitar el apoyo de esa formación, enfatizaba que precisamente «lo importante» del mismo es que establece esta errónea exigencia «como antes nadie lo había hecho».

Para aparentar algún fundamento, EH Bildu ha enarbolado durante este tiempo dos textos: ‘Irakasleen prestakuntza gogoetatsua, hezkuntza berritzeko giltza’, de tres profesoras de Mondragon Unibertsitatea, publicado en 2021, y otro más antiguo denominado en su versión en castellano ‘Propuesta para la formación de alumnado plurilingüe’, publicado por Euskalgintzaren Kontseilua en 2008.

El primero indica en su página 49 que el currículo entonces vigente no especificaba la competencia lingüística del alumnado al finalizar su aprendizaje. Afirmación inexacta que las autoras manejan para plantear lo presuntamente propuesto por tres miembros del ISEI-IVEI en 2015. Sin embargo, lo que habían hecho esos investigadores, y con muchas prevenciones por cierto, era utilizar una escala que iba del nivel A2 al B2 para evaluar exclusivamente la destreza receptiva… del alumnado que había participado en el Marco de Educación Trilingüe puesto en marcha años antes por la entonces consejera Isabel Celaá. Todo vale en la factoría de la desinformación.

El segundo de los textos usados, avalado por Kontseilua, se descalifica rápidamente cuando indica (página 16), en referencia al conocimiento del euskara, que «según diversos estudios, un niño de 2 años consigue, en uno solo, casi el mismo nivel que un vascoparlante nativo». Un embuste que causa innecesaria desazón en muchas familias que observan, no tras un año, sino tras 14 años continuados de escolarización en un modelo de inmersión en dicha lengua, que el contraste sigue siendo evidente. Obviamente, no hay referencia concreta de tales «estudios» porque, simplemente, no existen.

El primer tomo del engaño señala asimismo en su página 38: «Si no situáramos la (sic) B2 como límite inferior, correríamos el riesgo de descender por debajo de ese nivel. En cualquier caso, habría que tomar ese nivel como mínimo». Al parecer, la lengua vasca ya ha designado a sus representantes en la Tierra y estos han decretado, sin razón ni justificación alguna, cuál debe ser el nivel mínimo de conocimiento que ha de superar todo estudiante en el País Vasco para poder graduarse.

No es casual que tal texto apareciese en 2008, tras las investigaciones del ISEI-IVEI que demostraban que los niveles B1 y B2 planteados en euskara son inaccesibles a la gran mayoría de estudiantes, en concreto a quien no procede de entornos vascohablantes o de alto poder adquisitivo, e independientemente del modelo en el que estudie. Ni que surgiera tras la prudente valoración del Consejo Escolar de Euskadi, la clarificadora ponencia del Consejo Asesor del Euskara y un profundo análisis de la educación bilingüe realizado por el Departamento de Educación. Tan serio, que la publicación que recogía ese trabajo contrarió al titular de la consejería hasta el punto de que ordenó su olvido en los almacenes gubernamentales. Sin embargo, ocultar la verdad no bastaba. Había que reemplazarla, y de ahí el invento de Kontseilua.

De la expansión hoy de tal falsedad no hay un único culpable. Ha sido imprescindible la colaboración del Departamento de Educación, pieza clave en el fraude, el silencio cómplice de la comunidad científica vasca ante el bulo desatado (¿ideología, desidia, o el ‘txin-txin, diruaren hotsa’ que cantaba el bardo Iparragirre?), y esa mixtura de astucia y candidez que reina en nuestro Parlamento que la puede elevar a verdad oficial en pocos días. Para regocijo del grupo parlamentario de EH Bildu, que ni siquiera necesitará votarla, y para drama de miles de jóvenes de nuestro país y de la propia democracia. Porque lo más relevante en la mentira no es su contenido, sino la intencionalidad de quien miente y el perjuicio que ocasiona. Propósito y daño.