Antonio Casado-El Confidencial

  • Moncloa declara la guerra a las encuestas y a los poderes oscuros que, según el presidente, colonizan el proyecto del PP

Nada menos que cinco entrevistas en una semana para que la gente cambie de conversación. Menos Andalucía y más cumbre de la OTAN. Menos inflación y más estabilidad para los sanitarios. Con un presidente del Gobierno vendiéndose a buen precio en los medios afines. Muy por encima de su valor en las encuestas de intención de voto.

El mensajero está averiado, sostiene. «Está bien que hablemos de demoscopia, pero los problemas del ciudadano son otros: salario, inflación, atención sanitaria». Encuestas chivatas. No son el problema de la gente, claro. Son el problema del presidente, en tanto anuncian el cambio de ciclo pregonado en «terminales mediáticas» de «poderes oscuros» que pretenden privatizarlo todo y acabar con el estado de bienestar.

Ese es el discurso. No son molinos de viento, sino gigantes a los que el PSOE les cambió el paso con la moción de censura y dos victorias electorales. No lo soportaron. Desde el minuto uno «intentaron derrocar al Gobierno de España», recuerda Sánchez: «Y ahora quieren que los progresistas nos demos por vencidos, pero no lo vamos a hacer, vamos a seguir con la cabeza bien alta en defensa de la mayoría social de este país».

El presidente del Gobierno se vende a buen precio en los medios afines. Muy por encima de su valor en las encuestas de intención de voto

Ahí tenemos la causa o las motivaciones de la contraofensiva de Moncloa. Calculada para frenar el desgaste de un Gobierno partido en dos y desmentir a quienes, de uno u otro modo, venimos sosteniendo que la pulsión de cambio marcará la política nacional hasta el final de la legislatura.

La tronante denuncia no se anda por las ramas: poderes «oscuros» conjurados para frenar el avance de la España progresista. Una alusión de Sánchez que algunos medios ilustraron con imágenes de Garamendi (CEOE) y Sánchez Galán (Iberdrola). La España de los malos contra la España de los buenos.

Algo así ya apareció en la patética reacción de Mónica Oltra, exvicepresidenta de la Generalitat valenciana, cuando su reciente empapelamiento judicial provocó su caída política. «Una infamia judicial y mediática que pasará a la historia», dijo tirando por elevación, como hace Sánchez en su declaración de guerra a las encuestas, los poderes oscuros y los malos de toda la vida que colonizan el proyecto del PP.

Sostiene Sánchez que los «poderes oscuros» no son molinos de viento, sino gigantes que pretenden acabar con el estado de bienestar

«Tenemos una derecha que no es autónoma respecto a esos poderes», dice. Pero no tiene sentido declarar la guerra ideológica a «la derecha» en un entorno líquido que ya no reconoce la vieja frontera, como se ha visto en Andalucía, donde cientos de miles de votantes socialistas acamparon en siglas de la derecha, y no precisamente de la noche a la mañana.

Dicho sea lo anterior en relación con cualquiera de los asuntos clásicos que diferenciaban la izquierda de la derecha. Cuestión social, siempre. Nunca la cuestión nacional. Y, por lo general, los derechos humanos. Esos que ahora llevan a Sánchez a reclamar un imperfecto reparto de la compasión entre los migrantes y los policías marroquíes de Melilla. Los mismos derechos humanos que aún no han provocado en Sánchez la urgente necesidad de pedir explicaciones al vecino marroquí.

En su conciliador llamamiento al socio progresista del Gobierno («la izquierda no socialista», dice) para que se sume al rearme militar de nuestro país, reconoce que «ya no estamos en el mundo que se dividía entre capitalistas y comunistas», pero no se apea de la vieja frontera izquierda-derecha cuando se refiere a España, siempre que le permita hablar del «capitalismo de amiguetes» que, según él, solo practica la derecha nacional.