George Orwell publicó en 1949 su novela distópica 1984, que anticipaba el drama de una sociedad bajo el yugo del totalitarismo. El autor, adscrito a la ideología de izquierda, critica en su obra los abusos del socialismo totalitario. En la novela, el Partido (Ingsoc, Partido Socialista Inglés) ejerce un férreo control sobre los cuerpos y las mentes de los ciudadanos. Al margen de la acción represora que llevan a cabo las fuerzas policiales, hay otros ejes más sutiles que apuntalan el sistema: el culto al líder, la exacerbación de los sentimientos, la manipulación del lenguaje y la construcción del relato.
El culto al líder se aprecia en los abundantes carteles con el rostro del Hermano Mayor, guardián de la revolución, comandante en jefe y juez supremo.
El Partido también se sirve del cultivo del odio hacia el adversario, convertido en enemigo. Hombres y mujeres son convocados frente a unas pantallas donde aparece el llamado Enemigo del Pueblo, para desahogarse durante unos minutos con toda suerte de exclamaciones de rabia y desprecio.
Por otra parte, la manipulación del lenguaje se utiliza para conformar una realidad al servicio del poder. Así, tenemos el Ministerio del Amor, que se ocupa de infligir los castigos y reeducar a los díscolos; el Ministerio de la Paz, que se encarga de los asuntos de guerra; el Ministerio de la Abundancia, a cargo de la economía planificada y del racionamiento; finalmente, el Ministerio de la Verdad, dedicado a alterar o destruir los documentos históricos para instaurar la versión oficial del Estado.
El mecanismo del doblepensar
Y no es menos importante la construcción del relato, en sintonía con la manipulación del lenguaje. La verdad de los hechos se supedita a las necesidades del poder. El Partido utiliza el doblepensar como herramienta de dominación y adoctrinamiento. Este mecanismo permite “el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar”.
Sería injusto e inapropiado decir que la España de hoy es un reflejo del país descrito en la novela de Orwell, pero hay aspectos que apuntan en esa dirección e inciden de manera evidente en la merma de la calidad democrática.
En lugar de dar una explicación satisfactoria sobre las cuestionables actividades de su esposa, la táctica de victimización del presidente Sánchez, con la carta dirigida a la ciudadanía (carente de autocrítica e incendiaria contra la oposición) y la posterior desaparición durante cinco días haciendo dejación de sus funciones, pretendía movilizar a sus seguidores apelando a las vísceras.
Bulos y máquina del fango
Culpabilizar de todos los males a la derecha es un recurso fácil y muy manido. Vimos en estos días manifestaciones de exaltación del líder y apasionadas condenas contra la oposición, la prensa libre y los jueces cimarrones. Todo un esperpento, desde la histriónica sobreactuación de la vicepresidenta Montero hasta la proclama guerracivilista de Patxi López con su “¡No pasarán!” El odio está servido.
En cuanto a la perversión del lenguaje, resulta llamativo hablar de “regeneración democrática” cuando se pretende amordazar la libertad de los medios de comunicación y controlar en mayor medida la magistratura. O de “máquina del fango” o “bulo” para referirse a informaciones que incomodan al poder.
Por lo que respecta a la construcción del relato, hemos visto con qué naturalidad (más bien descaro) han asumido el gobierno y su partido el discurso independentista del procès catalán y la consiguiente amnistía a cambio de los votos separatistas en la investidura de Sánchez, o el blanqueamiento de Bildu en las instituciones. También nos han colado que el PP es el único responsable del bloqueo en la renovación del CGPJ, cuando se trata de una responsabilidad compartida, porque el PSOE tampoco acepta la lista que propone el otro partido.
Llegados a este punto, no queda más que denunciar estas prácticas y manifestar nuestro compromiso con la defensa de la libertad de expresión y la separación de poderes, pilares básicos de un Estado moderno y democrático.