Luis Ventoso-ABC

  • ¿De verdad alguien se cree que es mejor ser niño en Islandia o Finlandia que aquí?

Unicef es la agencia de la infancia de la ONU, organización tan necesaria como manifiestamente mejorable. Acaban de publicar un informe que mide el «bienestar» de los niños en «29 países ricos». En los medios anglosajones la noticia ha sido presentada como un ranking sobre la felicidad de los chavales en las diversas naciones. España no sale muy allá: puesto 19, en la zona media-baja de la tabla. El mejor país para ser niño es por lo visto Holanda, seguido por Noruega, Islandia y Finlandia.

Unicef ha medido cinco aspectos: el bienestar material; salud y seguridad, educación; los comportamientos y riesgos (obesidad infantil, desayuno, ejercicio…) y el estado de los hogares de los niños y su entorno medioambiental. España solo resulta bien parada en salud y hogar/medioambiente, donde ocupa el puesto 9. Pero se desploma en educación y bienestar material.

Contado todo esto, ¿de verdad alguien se cree que es mejor ser niño en Islandia o Finlandia que en España? El problema de este tipo de informes es que se les escurren factores intangibles decisivos para la felicidad de las personas, como la alegría de vivir y, sobre todo, el colchón de cariño y cordialidad que preservan los países latinos (por no hablar de la luz del sol, que está probado que tonifica el ánimo). En el paraíso islandés, con un agradable clima subpolar y un territorio desolado, ventoso y volcánico, se encuentran tan a gusto que padecen una tasa de suicidio que duplica la de España (y lo mismo sucede con el edén finlandés). La esperanza de vida es también menor, pues la horrible España cuenta con la mayor de la UE y la tercera del mundo: 83,4 años de media, que en las mujeres son más de 86. La encuesta no mide factores como la frialdad emocional nórdica (si un escandinavo se dirigiese a otro en un ascensor, o en una cola, se vería como un desparrame de sociabilidad que sumiría al interpelado en una incomodísima zozobra). Hacer amigos es una proeza. Un viaje en coche en invierno obliga a prepararse como si se fuese a afrontar un rally sobre hielo. El ambientazo de vinos y tapas que puede haber en Helsinki en diciembre, cuando se hace de noche a las tres y cuarto de la tarde y el termómetro no sube de -4 grados, es perfectamente descriptible. Por motivos familiares, conozco a unas chicas de padre español y madre finlandesa. En cuanto se convirtieron en mayores de edad y pudieron elegir dejaron el paraíso de los grandes ratios estadísticos y se instalaron en España. Simple y llanamente eran más felices, se sentían más arropadas y la vida era más risueña.

John Allen Paulos es un doctor en matemáticas estadounidense que escribe unos exitosos libros divulgativos sobre la materia, salpicados de un gran sentido del humor, a veces provocador. Bromeando sobre los límites de la estadística, Paulos recomienda a todo aquel que viaje en avión que lleve una bomba consigo, «porque las posibilidades de que haya dos bombas en la misma nave tiende a cero». Muchas veces los números no recogen bien la maravilla que es España. Disculpen si suena un poco ñoño, pero nadie mide nuestro volumen de sonrisas y compasión por metro cuadrado.