- La efervescencia de candidaturas provinciales supone una amenaza para los dos grandes partidos. El lenguaje político-periodístico se ha deteriorado cuando se habla de diputados catalanes o vascos en referencia a los nacionalistas e independentistas
Durante la breve pero intensa Primera República Española la pasión federalizante alcanzó extremos de delirio, porque una vez que liberas al tigre ya es incontrolable. Los más extasiados con la idea de trocearlo todo llevaron sus ardores al límite, con el movimiento cantonalista. Así, pueblos y ciudades de media España se autoproclamaron estados independientes que aceptaban (o no) asociarse en una federación española. El embelesamiento identitario alcanzó el grado de quimera cuando el cantón de Cartagena pidió por carta al presidente americano Ulysses S. Grant formar parte de Estados Unidos (sin respuesta), o cuando se planteó declarar la guerra a Alemania (se lo pensaron mejor).
Y cuentan que los próceres del cantón de Jumilla advirtieron en términos muy serios a sus homólogos murcianos: «La nación de Jumilla desea la paz con todas las naciones extranjeras y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si esta se atreve a desconocer nuestra autonomía y a traspasar nuestras fronteras, Jumilla se defenderá como los héroes del 2 de mayo, y triunfará en la demanda, y no dejará en Murcia piedra sobre piedra». Por suerte, las piedras de Murcia continuaron unas encima de las otras. De hecho, hay quien cuestiona que este episodio de la nación de Jumilla, frente a naciones extranjeras como la murciana, llegara a producirse, pero ‘si non è vero, è ben trovato’.
La evocación de aquellas peripecias tan pintorescas del pasado nos sirve de invocación hacia el futuro inmediato si, como parece, varias organizaciones políticas provinciales pretenden unirse para ir a las elecciones y trasladar al Congreso ese grito tan español de ‘qué hay de lo mío’, sin que sea fácil escuchar en boca de nadie la gran pregunta: ‘qué hay de lo nuestro’.
Ahora hemos entrado en la fase de la ‘nueva-nueva política’, en la que, directamente, sobran los partidos
Tenemos la ¿suerte? de disfrutar de una múltiple y heterogénea representación política en el Congreso: hasta diecinueve partidos están presentes en la Cámara, aunque varios de ellos conformaron coalición con otros. Variedad no falta. Pero crece la desazón con los partidos tradicionales entre quienes habitan la conocida como ‘España vacía’, y afloran organizaciones que tienen como objetivo asaltar alguno de los escaños de las provincias en las que se eligen dos, tres, cuatro o cinco diputados. Son veintiséis circunscripciones. Si esas listas consiguen varios sillones rojos en el hemiciclo se pueden convertir en una fuerza determinante.
Según el camino que siguen los acontecimientos en España, ya no se trata de acabar con el bipartidismo. Esa fase la superaron los partidos de la autodenominada ‘nueva política’, una vez que en las últimas generales se presentaron hasta seis candidaturas de ámbito nacional (PSOE, PP, Vox, Unidas Podemos, Ciudadanos y Más País), y ya no parece factible un gobierno monocolor. Ahora hemos entrado en la fase de la ‘nueva-nueva política’, en la que, directamente, sobran los partidos. Así lo plantea, por ejemplo, Yolanda Díaz, que quiere conformar un movimiento que dé por superado a Podemos y que se presente ante los votantes, según su propia definición, como «transversal». Estaríamos ante el primer caso conocido en el mundo de ‘comunismo transversal’, dada la militancia de Díaz en el Partido Comunista de España. Hasta la fecha, las palabras ‘comunismo’ y ‘transversal’ no podían ir juntas en la misma frase, por resultar una contradicción insalvable. Pero vivimos en un país muy imaginativo.
Sí, los grandes partidos tienen contraindicaciones, pero los pequeños, también
La efervescencia de candidaturas provinciales supone una amenaza para los dos grandes partidos. Pero, en buena medida, lo que ocurre es de su estricta responsabilidad, porque durante décadas han permitido el chantaje de las fuerzas nacionalistas a cambio de sostenerse en el poder, y nunca se han planteado, ni como mera hipótesis, la posibilidad de consentir que gobierne el otro con mínimos acuerdos entre ambos para no depender de partidos de ámbito regional que, por definición, solo tienen intereses regionales y, a menudo, contrarios a la propia pervivencia de España, tal y como la conocemos. En paralelo, el lenguaje político-periodístico se ha deteriorado cuando se habla de diputados catalanes o vascos en referencia a los nacionalistas e independentistas, como si los partidos de ámbito nacional no tuvieran también diputados catalanes y vascos.
En diferentes etapas, consiguieron representación organizaciones como Unión Valenciana, Chunta Aragonesista, Partido Andalucista, Coalición Canaria o Nueva Canarias. También, Unión del Pueblo Navarro, Foro Asturias, Compromís, Partido Regionalista de Cantabria o Teruel Existe. Ahora, podrían llegar más porque la España vacía merece atención, cuidado, apoyo y recursos. Pero habrá de ser sobre el convencimiento de que no todos sus problemas se pueden resolver (como tampoco se pueden resolver los muchos problemas de la España poblada), porque ni los designios de la economía nacional y global, ni los movimientos de población se pueden forzar. Y eso no cambiará, aunque el Congreso se termine convirtiendo en un collage conformado por 350 diputados, cada uno de una candidatura provincial distinta. Porque, sí, los grandes partidos tienen contraindicaciones, pero los pequeños, también.