Teodoro León Gross-El País
Con la racionalización del independentismo es como con los extraterrestres: se buscan señales para confirmar su existencia, sin perder la esperanza
Inevitablemente se ha querido ver, en la imagen de Ernest Maragall cediendo el testigo a Roger Torrent en el nuevo Parlament, un relevo entre lo viejo y lo nuevo. Lo viejo desde luego está representado por Maragall, cuyo discurso delataba lo peor de la carcunda nacionalista, la cerrilidad estéril y el exhibicionismo supremacista, clamando contra el Estado bárbaro y proclamando “este país siempre será nuestro”. Después de eso era fácil ver un relevo en Torrent, aunque resulte arriesgado creer que sea algo más que un relevo generacional.
Con la racionalización del independentismo sucede como con la existencia de los extraterrestres: se buscan señales infatigablemente para confirmar su existencia, sin perder la esperanza. Días atrás, EL PAÍS publicaba un reportaje sobre esa insistencia pertinaz, desde Marconi, incluso con un horario de silencio radiofónico fijado por la Administración Coolidge para facilitar las señales del espacio exterior. La esperanza no decae, y aún se financian proyectos como Breakthrough Listen, del magnate Yuri Milner. Las antenas están siempre conectadas persiguiendo señales esperanzadoras… como sucede con el independentismo.
La verdad, sin embargo, es que hay pocas señales, y de momento siempre, como con los extraterrestres, son interpretaciones optimistas fallidas. Fiar a la frase retórica “coser la sociedad” un cambio de ciclo parece voluntarista, sobre todo si a continuación su autor apuesta por investir a Puigdemont, decidido a todo lo contrario. En todo caso hay algo seguro: para buscar señales sólo se puede enfocar hacia Esquerra, porque al otro lado queda el muro de JxMí de Puigdemont; pero Esquerra, como apuntaba aquí Miquel Noguer, está atrapada en la telaraña convergente. No hay señales.
La audacia escenográfica incluso sofisticada de Puigdemont debería desalentar, o al menos moderar, a quienes apuestan sin ambages a que no será investido. Puede encajar en su estilo acceder al Parlament, rodeado de una masa movilizada por la ANC, para tomar posesión y quedarse alojado allí dentro, donde cuesta imaginar un asalto de las fuerzas policiales. Eso traería otra vez el imaginario del Estado franquista que invade parlamentos y encarcela a presidentes elegidos democráticamente. Un bombón para los medios anglosajones. Claro que Puigdemont es audaz pero no valiente; y parece más probable la investidura telemática tal como ha defendido apelando a que el siglo XXI se maneja a través de las nuevas tecnologías. El recurso al Tribunal Constitucional traerá otro president, pero será un hombre de paja, y a él ya nadie le quitará la etiqueta de «presidente legítimo en el exilio». Mandará contra cualquier esperanza.
Es inútil tratar de hacer ver a Puigdemont que defiende las tecnologías del siglo XXI para un proyecto político del siglo XIX. El expresident está decidido a mantenerse bajo los focos, y además en las tres pistas del circo: Barcelona, Bruselas, Madrid. Tiene todo a favor. En Barcelona, una mayoría con ERC y CUP sin margen de maniobra, y hasta la muleta de los Comunes; en Bruselas, la deslealtad del socio europeo con sus propios demonios; y en Madrid, un Gobierno que ya ha fracasado en el control del procés, y una izquierda a la deriva. Hasta donde le llegue, Puigdemont no va a devolver el procés a la racionalidad por más señales que se busquen. Sólo hay una: The show must go on!