Más allá de las transferencias, aquí se está jugando la democracia esencial y el aliento de la pluralidad. El objetivo es que en unos meses, deslumbrados por el juego de trueques parlamentarios, los vascos acaben otra vez resignados a que, sin el PNV, Euskadi no puede gobernarse ni tiene futuro. Y el mensaje del cambio se va diluyendo.
Nada más firmado el pacto parlamentario entre el PNV y el Gobierno de Zapatero, arrecia la tormenta sobre el lehendakari. Por no haberse enterado de lo que se traían entre manos los nacionalistas con el presidente o, si se enteraba y no protestó, aún peor. En definitiva, por haber quedado en evidencia. ¡Quién le iba a decir que su propio compañero de partido, Zapatero, por necesidad de supervivencia y manifiesta indiferencia hacia el Gobierno del cambio en Euskadi, terminaría por dejarle en tan delicada situación!
Pero esto es lo que ha provocado el jefe del Ejecutivo central que, obsesionado por mantenerse en el timón de La Moncloa «como sea» y rechazado por la mayoría de los grupos parlamentarios del Congreso, ha terminado por buscar apoyo, precisamente, entre los adversarios más acérrimos de Ajuria Enea. En un partido como el PNV que ha sabido aprovechar con tanta astucia la debilidad y la ambición de Zapatero y que, si no fuera porque la historia ha demostrado que un acontecimiento imprevisto puede girar el sentido de unas elecciones, se podría decir que ya tiene la campaña electoral hecha. La almendra de la cuestión no está en qué se ha conseguido para Euskadi, sino en quiénes han sido los conseguidores. El qué no ofrece mayores polémicas para la clase política vasca porque el desbloqueo de las competencias pendientes de transferencia es una buena noticia y el primero que se alegra, lógicamente, es quien las va a gestionar.
El problema está en que, si el traspaso viene a cerrar el círculo del desarrollo estatutario, ¿por qué no lo trajo el lehendakari y, sin embargo, viene de la mano del principal partido de la oposición? Sencillamente porque Zapatero ha hecho de la aprobación de sus Presupuestos un mercado persa de intercambio de especias. Y Patxi López, que pertenece a su mismo partido, no le podía echar una mano en el Congreso. Los seis votos del PNV, sin embargo, le sirven para seguir asegurándose cierta estabilidad en el hemiciclo a pesar de aprobar las Cuentas más impopulares desde que Zapatero llegó al poder.
Frente a los hechos consumados, que en general se consideran catastróficos para la pervivencia futura del Gobierno del cambio, el entorno de López ha activado una doble estrategia. Se trata de abrir el paraguas esperando que amaine la tormenta y en la convicción de que el PNV no volverá a tener una oportunidad semejante de proyectarse como partido polivalente que puede actuar como Gobierno desde la oposición y como oposición desde el Gobierno. Pero los complejos históricos del PSE se han reflejado con fuerza en esta ocasión al intentar capitalizar el canje de las transferencias admitiendo que suponen la certificación de que el PNV se ha transformado en un partido autonomista. Esa pretensión de azuzar sus contradicciones internas entre moderados e independentistas no logra otro resultado que centrar política y socialmente al PNV.
La bienvenida al Estatuto, menospreciado por Egibar en los últimos diez años, no provoca la mínima contradicción en su electorado. Ni en los que ven en la actuación del PNV una mera actuación pragmática con el fin de desgastar al lehendakari, ni entre los que se alejaron del voto nacionalista en la etapa Ibarretxe y, si ahora creen que vuelve a ser el partido de la primera etapa de la Transición, quizás vuelvan a votarlo. La segunda parte de la estrategia del paraguas se basa en la resistencia con perfil bajo esperando que la tormenta amaine y que el plus de imagen que supone manejar el Ejecutivo acabe por imponer su peso social y electoral.
A Ardanza le funcionó, pero las condiciones políticas no guardan ningún parecido. El clima de fin de violencia por lo demás genera un escenario en el que el Gobierno del cambio parece dejar de tener sentido sobre todo si el PSOE sigue convencido de que el PNV es clave para un buen desenlace. Cuando lo real es que hay que diferenciar el fin de la violencia, que es un éxito del constitucionalismo firme y de la derrota policial de ETA, de la necesidad de un cambio de fondo en la alternancia política de Euskadi.
De la entrevista de Otegi , que sigue sin condenar su propia trayectoria, emerge cierto alivio entre las víctimas que, haciendo alarde de un toque irónico, dicen que «al menos se trata de un entrevistado que está en la cárcel». La sensación más generalizada entre los escarmentados es que las palabras de Otegi pueden suponer un nuevo enredo en clave electoral. Con este ambiente, Zapatero ha comprado el análisis interesado del PNV. Pero, más allá de las transferencias, aquí se está jugando la democracia esencial y el aliento para el futuro de la pluralidad en Euskadi. El objetivo es que en unos pocos meses, deslumbrados por el juego de trueques parlamentarios, los ciudadanos acaben otra vez anestesiados con la resignación de que, sin el PNV, Euskadi no se puede gobernar ni tiene futuro. Y el mensaje del cambio se va diluyendo estos días en que la política de verdad se confunde con el peso de las transferencias como tomates en el mercadillo.
El PP vasco quiere huir del contagio de la falta de reacción que caracteriza a Rajoy. Por eso su presidente, Antonio Basagoiti, volverá a pedir a Zapatero que le reciba en La Moncloa para trasladarle su preocupación por su falta de apuesta por un cambio tan trascendente como el que representa el gobierno de Ajuria Enea. Pero Zapatero hace ya mucho tiempo que abrió su paraguas de la indiferencia. Así es que si recibe al líder de los populares vascos, se hará la foto con él y luego… como si oyese llover.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 18/10/2010