IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
- Sorprende que nuestro Gobierno no vea las olimpiadas como un espectáculo lo menos progresista y lo más retrógrado que se pueda uno imaginar
Se habrá dado cuenta de que llevamos días inmersos en esa obscena exaltación del sudor que son las olimpiadas. Los periódicos abrimos las ediciones con ellas y las televisiones y las radios ocupan horas y horas con el frenesí de las carreras y el fragor de los combates en pos de unas medallas. Sinceramente, no lo entiendo. A mí me parece un espectáculo denigrante y, desde luego, lo menos progresista y lo más retrógrado que se pueda uno imaginar. Vamos a ver; ya de entrada, el sistema de clasificación es clasista, pues favorece a los de arriba, a los fuertes, a los rápidos y a los altos y perjudica claramente a los de abajo, a los débiles, a los torpes y a los lentos. ¡Qué disgusto tendrá nuestro inefable ministro de Universidades, el señor Castells, a quien tanto repele el sistema de aprobados/suspensos. Esto es peor, pues solo aprueban tres, los demás van directamente al olvido.
Y qué me dice de eso de expulsar a quienes pierden las distintas pruebas eliminatorias. ¿Cabe mayor vesania? ¿Qué dirá al respecto nuestra insuperable exministra de Educación, la señora Celaá, para quien los suspensos nunca deberían ser un impedimento para pasar de curso, aquí de ronda. Pues en los Juegos Olímpicos debería ser igual. Todos los participantes tendrían que superar las eliminatorias hasta llegar a las finales, en donde todos ellos deberían obtener medallas para evitar cualquier atisbo de frustración personal o de envidia entre ellos. Todo lo demás es opresión y alarde de clasismo. Un odioso pisoteo del principio inspirador de nuestro inmerecido presidente, cuyo lema es ‘que nadie se quede atrás’. Pues ni le cuento cómo de atrás llegó nuestro admirado Alejandro Valverde en la prueba de ciclismo, a quien nadie esperó, ni siquiera en atención a su avanzada edad.
Se pisotea el principio inspirador de nuestro inmerecido presidente: que ‘nadie se quede atrás’
Pero es que hay más. Los Juegos son también discriminatorios por género. ¿Por qué solo hay pruebas para hombres y para mujeres? ¿Qué pasa con los no binarios? ¿Cómo se computan los trans y a qué grupo se les adscribe forzados? No quiero ni pensar el espanto padecido por nuestra impagable ministra de Igualdad, la señora Montero.
Y qué decir del insoportable atentado ecológico que supone. ¿Ha visto la ingente cantidad de gas consumida por las antorchas utilizadas en su preparación y el pedazo de llama que ilumina los Juegos, con sus toneladas de CO2 emitidas a la atmósfera? ¿Qué dirá nuestra vicepresidenta tercera y ministra de Transición Energética? ¿Y la propia estructura de las competiciones, cerrada a cal y canto a los avances tecnológicos? ¿Tiene sentido premiar actividades arcaicas como el lanzamiento manual de jabalinas, discos y martillos, obviando que hay propulsores de objetos tecnológicamente más avanzados? ¿Será esa la razón de la dimisión del ministro de Ciencia Pedro Duque, nuestro astronauta de cabecera?
Y ya el colmo: son una impúdica manifestación de neoliberalismo y una grosera ostentación del capitalismo más feroz. En las olimpiadas se exalta el esfuerzo, se premia la capacidad y se estimula la habilidad. Lo cual debe de resultar insoportable para la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, siempre atenta a todo lo que suponga fomentar la desigualdad. ¿Y todo por qué? Por el vil metal; o, mejor, por los viles metales. Todo va de obtener oro, plata y bronce. La cosa es tan fea que, como desagravio a Yolanda Díaz, yo hubiese hecho desfilar a nuestros deportistas detrás de un cartel con el lema actualizado de la Guardia Civil: ‘¡Todo por la Matria!’.
Lo que le digo, un horror. Por no respetar, ni siquiera se respetan los derechos de los menores. ¿Me quiere decir alguien qué hace una menor de edad pegándose bofetadas y dándose patadas contra una tailandesa en un deporte que es todo violencia como el taekwondo? ¿Es eso civilizado, tiene algo que ver con el progreso y la amistad entre los pueblos de la Tierra? Sinceramente, no entiendo tanto entusiasmo ante tamaño desatino.