David Gistau-El Mundo
Una vez terminada la entrega de premios en Mas Marroch, todavía emocionada la audiencia por la actuación de Estrella Morente, los Reyes departieron entre bandejas de cava con los invitados, entre los cuales, cuando el Rey no oía, alguno hubo que le dijo a otro en catalán: «Venga, valiente, atrévete, dile lo que de verdad piensas». Si es que hasta los operarios que entraron después a retirar muebles llevaban lazos amarillos prendidos en la manga de la camiseta, tan unánime era el ambiente de repudio a la Corona.
Al día siguiente, el encuentro con la juventud de Rescatadores de talento tuvo lugar en el hotel Camiral, emplazado al lado de un campo de golf, dentro de una enorme urbanización privada, que a su vez estaba sellada, como Marroch, por varios perímetros y controles de los Mossos, que agruparon en una gasolinera de la autopista a los escasos CDR que se dejaron caer por ahí. Como la víspera, la sensación era de clandestinidad y protección de tiempo de guerra. Durante estas dos jornadas gerundenses, ha quedado claro que hay al menos una porción de España por la cual el jefe de Estado no puede exponerse ni circular libremente. No puede hacer su vida sin que la policía le libere primero un inmenso anillo de irrealidad. Esto no tiene nada que ver con choques violentos o cargas policiales, pues de eso nada hubo, sino más bien con una atmósfera general de desprecio al Rey y a cuanto el Rey representa que parece incorregible, sobre todo si hasta el presidente del Gobierno responde con abandono y ambigüedades para no arruinar su agenda particular. Contra esta evidencia, los Reyes y quienes los acompañan responden fingiendo normalidad, como si no hicieran sino cumplir con las rutinas de una agenda que no entiende de contextos políticos. Unos premios como los de la Fundación Princesa de Girona, concebidos para ser un hito social todos los años, deberían poder entregarse en el centro de la ciudad que los alberga y con los vecinos acodados como ante una alfombra roja. Lo que sucede en Oviedo, vaya. La realidad es que los premios y sus actividades paralelas ocurren bajo profundidad de periscopio, en la ocultación y ante el rechazo de la sociedad para cuya integración fueron creados. Por más que luego circule la consigna de normalidad, los trabajadores aluden a la degradación del ambiente percibida durante los últimos años y a una tensión procedente de la Casa Real que en esta edición ha llevado incluso a obligar a los taxistas que trabajan para la fundación a firmar contratos de confidencialidad por los cuales no pueden contar las conversaciones que escuchan dentro del coche.
El hotel Camiral no interrumpió la acogida de clientes. Durante la «pausa para el café» que reunió junto a la piscina a los Reyes y a los jóvenes, era posible ver a alguna mujer en bikini que no sabía de qué iba todo eso. Los Reyes se emplearon con voluntad de agradar y se mezclaron con los invitados, sonrieron, charlaron. Hicieron su papel y, sobre todo en el primer discurso, enviaron mensajes de conciliación que no fueron aceptados por el independentismo. Pero los Reyes estuvieron aislados, y su aislamiento lo aumenta el celo de los empleados de la Casa que los hacen inaccesibles, remotos. Algunos de éstos, pocos por suerte dentro de la corrección casi general, se ponen nerviosos al relacionarse con los periodistas regañándolos. No me pegaban tantas voces desde que hice la instrucción en el campo de maniobras de El Palancar en noviembre de 1991. Y eso que llevo tres matrimonios.