La fiesta nacional de Cataluña

LIBERTAD DIGITAL 09/09/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

Mi Diada fue la de 1976, en Sant Boi de Llobregat. Vivíamos en dictadura; las reivindicaciones no respondían a ninguna hipnosis colectiva. Eran las de la Asamblea de Cataluña de verdad, no confundir con esa Assamblea Nacional Catalana que ahora se arroga la representación de un pueblo que ya tiene Parlamento y que ya vive en democracia. Queríamos las libertades políticas plenas, queríamos una amnistía que hoy creo un error, queríamos un estatuto de autonomía. La banderas estelades eran una excentricidad, una curiosidad risible.
Mi Diada fue la de 1977 en el Paseo de Gracia de Barcelona, porque la homologación con las democracias todavía había que pelearla. Pronto llegaron las libertades, tuvo amnistía quien la merecía y quien no la merecía, hubo Generalidad y luego Estatuto. Pero, sobre todo, un año después de aquella manifestación masiva se aprobó la Constitución. Y ahí se acabaron mis Diadas.
Los tontitos de entonces, los que nunca se enteran de nada, no pensaban exactamente en la libertad. Estaban ocupados con el despliegue de una estética (y por tanto una ética) que no resulta fácil de compartir con quien no se haya criado en un entorno de esplais, montañismo jesuítico y pedagogía relativista. Llámenle kumbayá, se aproxima bastante. Añádanle pinceladas panteístas al montañismo, con sublimación de la tierra catalana. Sumen el fatal asentamiento del nacionalismo en la pedagogía, con olvido de cualquier otra consideración. Empezando por la verdad y por la coherencia. Tras décadas de exigir enseñanza en lengua materna, el mundillo docente catalán se desdijo. Hoy, la presidenta de Òmnium Cultural (dos palabras, dos mentiras) compara a los castellanoparlantes que reivindican aquel modelo con los maltratadores infantiles.
En la Diada que se prepara ya no queda nada de lo que valió la pena. Es una explosión de juegos en torno al fuego, una orgía de veneración de la tierra, una exaltación del pancatalanismo en línea con las más nefastas ideologías del siglo pasado, y la constatación de que Cataluña es un aula de párvulos en manos de dos maestras desaprensivas.