Contó una vez Alfonso Guerra en una entrevista para El País que su «depósito de confianza» en Felipe González llegó a ser tan extraordinario que incluso sellaron un pacto como los adolescentes en las películas americanas. «Llegamos a plantearnos una vez: pase lo que pase en la vida, si te ocurre algo o me ocurre algo, tú te ocupas de mis hijos y yo de los tuyos».
El idilio duró hasta 1991. Guerra fue portavoz del Grupo Socialista desde 1979 a 1982, vicesecretario general del PSOE hasta 1997 y número dos del Gobierno desde 1982 al 12 de enero de 1991. Su dimisión se enclavó en el desgaste por el escándalo que afectó a su hermano Juan y las voces críticas con su gestión desde distintas federaciones. De fondo, la ruptura de su relación con el presidente. En sus memorias, Guerra relató su desengaño definitivo. El 8 de enero de 1991, González y Guerra prepararon la composición del nuevo Gobierno socialista. Pero dos días después, mientras el ya ex vicepresidente estaba en la Internacional Socialista en Sydney, Felipe diseñó otra. «Había defraudado mi confianza. Evidenciaba un engaño, una trampa urdida sin motivo. Por primera vez me sentí engañado por Felipe González».
En la misma entrevista, Guerra hablaba de la decadencia de su número uno. «Todos los grandes liderazgos tienen que soportar una presión tremenda: la de los aduladores. Viene entonces cuando empiezan a considerar aquello que sólo aprueba lo que hacen y creen incómodo lo que no les favorece».
Veinticinco años después de la renuncia del histórico número dos del PSOE, en pleno debate sobre si Podemos debía respaldar o no la investidura de Pedro Sánchez, alguien en la formación de Pablo Iglesias se atrevió a verbalizar lo que muchos ya adivinaban: «Esto se parece cada vez más a lo que sucedió entre Felipe y Guerra». Este fin de semana, Podemos afronta su segunda Asamblea Ciudadana (Vistalegre II) con el partido quebrado en dos. Pablo Iglesias contra Íñigo Errejón. Número uno contra número dos. Otra vez.
«Detrás siempre hay una lucha de poder», asegura el periodista Fernando Ónega, director de Prensa de la Presidencia durante el Gobierno de Adolfo Suárez. El número dos de Suárez fue Fernando Abril Martorell. Amigo personal del presidente, acabó al mando de la Vicepresidencia del Gobierno para Asuntos Políticos.
En 1980 Suárez prescindió de él tras descubrir que conspiraba contra su liderazgo. «Abril llegó honestamente a la conclusión de que Suárez se había agotado, se había convertido en un problema y que, consecuentemente, había que sustituirlo», recuerda Ónega. «Se lo planteó a varios dirigentes de UCD con escaso éxito, uno de ellos se chivó y se produjo el desapego». El periodista recuerda el caso de Suárez y Abril Martorell, pero también el de González y Guerra en el PSOE o Fraga y Verstrynge en Alianza Popular o hasta la ruptura en diferido de Aznar con Rajoy. «Normalmente se empieza por discrepancias estratégicas y se pasa a la discrepancia ideológica. Cuando se llega al ataque personal entonces ya no tiene solución… Y esta parece la evolución de Podemos».
Incluso Aznar traicionó en el epílogo de su Gobierno a su mano derecha. Hasta el último minuto Rato, que presumía en privado de su no a la Guerra de Irak, creyó que su amigo José le señalaría con el dedo; eligió a Rajoy. Así hablaba Aznar del vicepresidente Rato en sus memorias: «Rodrigo y yo teníamos una relación de mucha confianza y llegamos a ser muy amigos. Yo era consciente de su decepción ante el desenlace de la sucesión y sabía que, después de tantos años de amistad, nuestra relación ya no sería la misma. Sin embargo, no esperaba que Rodrigo pusiese una distancia tan grande».
¿Tiene comparación la ruptura de Iglesias y Errejón con las de los líderes del pasado? Habla Iván Redondo, consultor político: «Lo que está ocurriendo en Podemos no tiene precedentes por lo descarnado que es, porque nunca un partido tan joven y con un resultado de éxito se ha dividido tan pronto y porque en el fondo no hay una gran diferencia entre lo que creen unos y otros. La única diferencia es de poder, quién lidera y quién no». O lo que Carolina Bescansa llamó «partida de ping pong» antes de renunciar a sus cargos cansada del «choque de trenes».
«Un buen número dos debe estar dispuesto a tirarse por un barranco por su líder y más en las etapas iniciales», insiste Iván Redondo. «Un número dos trabaja de escudero, por fortalecer el liderazgo de su número uno y nunca por debilitarlo. En Podemos uno era el león (Iglesias) y otro el zorro (Errejón). Uno era un político metido a intelectual (Pablo) y el otro un intelectual metido a político (Íñigo). Pero jamás un secretario político, un segundo, había dado un salto de manera tan clara a posicionarse por delante del líder y encima planteando un debate intelectual, de lo más profundo. La tensión ha llegado a tal punto de dificultad que parece complicado que se resuelva después de un congreso convertido en unas primarias. Parece difícil que después de esto Errejón pueda seguir como número dos».