Eduardo Uriarte-Editores

Insisto: todo sistema político tiene su fecha fundacional. La fecha del que hemos disfrutado, la de la Constitución de 1978, ya se encargó Sánchez y Bildu de difuminarla arrastrando la represión franquista hasta 1983. El nuevo, el momento fundacional en el que entramos, está plasmado en la Foto de la Sedición, en el acuerdo de ruptura política convenido en la noche del 24 de noviembre de 2022, en el que los grupos parlamentarios antisistema dieron paso a la tramitación de la reforma de dicho delito.

Creo que este acto político, en el que están presentes de forma protagonista no sólo los sediciosos sino también los sucesores de ETA, va incluso más allá de lo que aprecia Ignacio Varela (El Confidencial, 25, 11, 022): “Ayer no hubo tres votaciones en el Congreso, sino una misma votación en tres actos…. Se trató… de presentar en sociedad, en la antesala del año electoral, una confederación de fuerzas políticas con vocación de permanencia. No ya una alianza circunstancial, sino una fórmula de gobierno a largo plazo, compactada en torno a objetivos comunes y compromisos igualmente de largo plazo”.  Cristian Campos en El Español avisa a grandes rasgos de la ruptura que viene, e Ignacio Camacho en ABC se aproxima a lo que preveo para el futuro inmediato cuando avisa: “la votación nocturna del Congreso fue el acta del acuerdo que consolida el modelo Frankenstein como proyecto estratégico”.

Por mi parte me atrevo a pronosticar que lo que se ha formulado en el Congreso, con la reforma de la sedición a la medida de los condenados y fugados del procés, es el inicio del cambio a otro sistema, al proyecto esbozado y frustrado en la etapa ZP. Aquel proyecto constituyente enfrentado al de la Transición, antimonárquico e izquierdista, justificado en la elucubración de Jefferson de que toda generación debe tener su propia constitución.

No es simplemente que el Congreso de los diputados se haya convertido en un templo de mercaderes al olor oportunista de la tramitación de cualquier iniciativa gubernamental, especialmente ante los presupuestos, sino en un lugar de encuentro y hermandad ideológica de todos los antisistema de donde surge un nuevo orden político abierto a todas las reivindicaciones exaltadas bajo el aglutinante común de volar lo existente. Un orden político con fecha de caducidad para España, aunque el analfabetismo político de la izquierda española no lo sepa, pues de él formará parte sustancial la formulación confederal, hija bastarda del artificioso identitarismo y plurinacionalismo, y el derecho de autodeterminación para el territorio o cantón que desee ejercerlo. Caduca en el caos. Posible visión catastrofista, si, evidentemente, si no hay quien impida este proceso que nos devuelve a la secular tragedia previa a la Constitución del 78.

No va ser un proceso moderado de reforma el iniciado la noche de los Presupuestos. Lo que viene ya ha sido prologado por dos estados de alarma inconstitucionales, por un periodo de intenso abuso de decretos de ley, por el odio a la derecha, la difamación de la judicatura, el desprecio a la libertad de prensa, el tentación de volver al NODO, al mundo feliz, que no es la novela Huxley, donde “los niños no son de los padres”, en la aberrante ley de sólo el sí es sí, que saca tantos reos, el agrupamiento de presos de ETA en Euskadi hasta no tener más sitio, etc, etc, etc… Este es el prólogo de lo que viene, ahora viene el gran salto delante de los juramentados.

Pero tampoco crean que el doctor en economía irá de frente, sino paso a paso, la vía bolivariana a la revolución, haciendo ver  que las mutaciones que se dan son homologaciones con otros países vecinos, que no se trata de actitud revanchista alguna sino de historia democrática, que la reforma confederal es tan federal como la alemana, y el derecho de autodeterminación se presentará como un ejercicio democrático tal como lo vendieron los sediciosos juzgados y condenados (y no impidiendo, como la derecha fascista, la libertad de los ciudadanos). Un proceso paulatino en el control de Estado que anule la autonomía del Poder Judicial.  El modelo final existe ya en algunas repúblicas iberoamericanas.

Y se solventará así, finalmente, la actual paradoja que expresa Otegi: “Se da la gran paradoja de que no hay Gobierno de progreso en el Estado si los que nos queremos marchar no lo sostenemos». No existe aseveración más precisa. Y luego, algún amigo cree que soy pesimista.