La fractura del pragmatismo

ABC 28/01/14
IGNACIO CAMACHO

· El pragmatismo marianista tiene un precio difícil de eludir. El desgaste de la política sin empatía, o sea, antipática

Contra lo que sostiene la eficaz propaganda de la izquierda, el PP no tiene un problema de autoritarismo ni de deslizamiento radical. Sus principales dificultades actuales se relacionan justo con lo contrario, con el desencanto de ciertos significativos sectores de la derecha ante unas políticas en las que no se reconocen. Las contradicciones del pragmatismo marianista tenían un precio difícil de eludir y han hecho crisis en cuanto ha asomado el horizonte electoral más próximo. Las escisiones y los abandonos son la espuma de un estado de decepción que puede aflorar aún más cuando hablen –o callen– ante las urnas los silenciosos componentes de sus antiguas bases de apoyo. Ni siquiera la ocupación del poder le proporciona la suficiente cohesión para frenar el desapego; el Gobierno está enfrascado en la economía y el partido carece de un liderazgo con la auc

toritas imprescindible para coser los desperfectos. Al desconcierto de la militancia se une la desafección de los simpatizantes: unos repugnados por la corrupción, otros irritados por la pésima gestión del escenario post-terrorista o por los titubeos frente al separatismo catalán y la mayoría asfixiados por una crecida fiscal que esquilma con impuestos a las clases medias. Se trata del coste de la política sin empatía y sin explicaciones, del olvido de la comunicación emocional capaz de mantener el vínculo representativo con las masas de votantes.

El peligro no reside en las deserciones de cuadros dirigentes más o menos amortizados, porque un partido de las dimensiones y la implantación del Popular bien puede sobrevivir a un debate fulanista. Del reciente goteo de bajas sólo hay dos de cierta envergadura dolorosa: la de Jaime Mayor, que es lo bastante leal a su propia trayectoria para contribuir a una fractura, y la lacerante de Ortega Lara, a quien nadie ha debido ofrecer el afectuoso amparo que merecía su prístina condición simbólica de superviviente del holocausto etarra. Pero la verdadera dimensión del conflicto que afronta el centro-derecha español está en el desgaste que el Gobierno está sufriendo entre su electorado natural, entre unos grupos de respaldo que se sienten maltratados y preteridos –«al suelo que vienen los nuestros»– en la agenda oficial. Las fisuras se han abierto cuando el Gabinete empezaba a atisbar un cierto respiro en su tarea de ajuste y estabilización económica, una mejora que tal vez haya proclamado Rajoy con enfático exceso prematuro y en todo caso antes de que pueda constatarla la calle. El aire electoral lo va a envolver todo en un lío de cainismos y pulsos endogámicos, que es lo que menos acepta ahora una sociedad sacudida por la desconfianza. Antes de las generales el PP perderá importantes cuotas de poder territorial. Para conservar la más trascendental tendrá que aplicarse a hacer con pasión lo que hasta ahora le ha faltado: política.