Al PP de Rajoy le revientan las costuras: VOX, Vidal-Quadras y el adiós de Mayor Oreja

EL CONFIDENCIAL 28/01/14
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

Hasta hace un tiempo, en el PP cabía todo y todos, desde el centro a la derecha. Su gran éxito fue que se comportaba como un partido-contenedor de todas las energías electorales de un amplio espectro de la sociedad española que convivía en una especie de melting pot. Pero ya parece imposible trabar y enhebrar en el seno de la organización opiniones en temas sensibles cada vez más divergentes.

Ante la floración feraz de problemas en España –y todos muy graves– al Partido Popular le revientan las costuras. Un fenómeno que comenzó a intuirse con la fuga de cuadros y electores a Unión, Progreso y Democracia, goteo que ha continuado con Ciudadanos-Movimiento Cívico, que se hizo disidencia abierta con Francisco Álvarez Cascos y su Foro Asturias y que acaba de adquirir una mayor entidad con la constitución de VOX, un nuevo partido político liderado por el rostro emblemático y la palabra apabullante de José Antonio Ortega Lara, una de las víctimas de ETA, militante activo del PP, que sufrió un secuestro especialmente cruel y ensañado. A él se ha unido –estaba cantado– Alejo Vidal-Quadras. Las circunstancias han querido que se supiese ayer que Jaime Mayor Oreja renuncia a encabezar las listas europeas del PP. Todo un síntoma añadido.

El Partido Popular es el resultado de una agrupación de familias ideológicas y de intereses políticos que supo recoger los restos del naufragio de la UCD, fulminada en las elecciones de 1982, acumular toda la fuerza de la Alianza Popular de Manuel Fraga y atraer a algunos de los supervivientes delintentocentrista de Adolfo Suárez y su efímero CDS. Además, Fraga y Aznar –flanqueados por un banquillo muy representativo del centro derecha español (Rato, Álvarez Cascos, Mayor Oreja, Rajoy, Arenas)– lograron ir incorporando desde 1989 hasta la mitad de los años noventa del siglo pasado nomenclaturas políticas autonómicas que permitieron al PP establecer una línea decisiva de poder territorial. Galicia, Castilla y León, Madrid y Valencia ofrecieron a los ‘populares’ un suelo electoral altísimo que culminó con la mayoría absoluta del año 2000.

Los dos últimos años de la segunda legislatura de Aznar, su propia retirada política, la designación dactilar de Rajoy como su sucesor y la conexión mental colectiva entre la guerra de Irak y los atentados de Atocha en marzo de 2004 resultaron acontecimientos que marcaron un punto de inflexión que se escenificó cuando el actual presidente del Gobierno sucumbió por segunda vez ante el PSOE de Zapatero en Marzo de 2008. Después de quince años de liderazgo indiscutido –del propio Aznar, pero también de la estructura dirigente de Génova–, el congreso ordinario del PP de Valencia en junio de 2008 desató, en sus prolegómenos, una auténtica guerra de poder. No sólo por parte de los liberales que comandaba Esperanza Aguirre, sino del mismísimo aznarismo.

En un ya célebre artículo de 26 de mayo de 2008, publicado en el diario El Mundo, el hoy diputado y entonces secretario de comunicación del PP, Gabriel Elorriaga, escribió: “Hay proyecto y hay equipos disponibles, lo que ahora se necesita es un liderazgo renovado, sólido e integrador, y eso es algo que, aunque me pese, Mariano Rajoy no está en condiciones de ofrecer.”

Aunque el gallego ganó el Congreso y luego obtuvo en diciembre de 2011 una clara mayoría absoluta, hay que remitirse a aquel episodio congresual –con una intervención indolente y deslavazada de Aznar– para entender qué ocurre hoy por hoy en el PP. La organización ha sido golpeada duramente en su autoestima y confianza por el caso Bárcenas y Correa; el Gobierno se ha enfrentado a una situación de recesión económica mucho peor que la que se encontró Aznar en 1996, con obligación, por tanto, de adoptar medidas dictadas desde Bruselas contradictorias con el programa electoral, la debilidad nacional –fruto en buena medida de las desnacionalización de España que llevó a cabo durante siete años el socialismo de Zapatero– ha hecho estallar la cuestión catalana en unos términos de radicalidad inusitada y la derrota policial de la banda terrorista ETA ha removido las aspiraciones de sus miles de víctimas, que reclaman un rol en esta etapa terminal en la que la izquierda abertzale porfía en redactar la historia de un conflicto, cuando en realidad es un relato de criminalidad y delito.

El melting pot popular no puede ya soportar las contradicciones internas que provoca la gestión de todos estos asuntos. Las propuestas y soluciones de unos y de otros no casan, y hasta difieren diametralmente. El PP está siendo absorbido en Cataluña por Ciudadanos; en el País Vasco un nacionalismo de táctica de baja intensidad –el PNV de Urkullu– está erosionando las bases electorales populares; en Andalucía el partido carece de líder; en Valencia la organización tiene en sus filas más de cien imputados por corrupción y, por si fuera poco, en Madrid el cuadrante liberal de Aguirre-González colisiona abiertamente con la política fiscal gubernamental, mientras la marea blanca vence al Gobierno autonómico y liquida a Lasquetty. Además, suceden cosas tan insólitas como que un parlamento controlado por el PP –el de Extremadura– solicite formalmente que el Ejecutivo detenga la tramitación del anteproyecto de ley del aborto apadrinada por el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. Y de fondo, un Aznar terminantemente renuente con las políticas del Gobierno.

VOX es el resultado de la inviabilidad en el PP de acrisolar un pluralismo interno que ha devenido en fortísima confusión. Es la expresión de la imposibilidad de cohonestar proyectos políticos que se distancian. El partido al que Ortega Lara, Camuñas y Vidal-Quadras ponen rostro no sólo es crítico con la política territorial y antiterrorista del Gobierno, sino que, además, es proactivo en temas sustanciales: pretende la transformación del Estado autonómico en otro unitario reduciendo las autonomías a regiones con capacidad de gestión, propugna la supresión del Tribunal Constitucional y, entre otras propuestas, el cambio de la ley electoral. Las divergencias de VOX con el PP son intensas, como las que le distancian de UPyD y de Ciudadanos, por mencionar fuerzas políticas con posibilidades electorales y que arañarán votos del caladero popular.

Ocurre que en 2014 las fuerzas de la derecha están en un proceso de reacomodación en una España que ha mutado y que se aproxima a un fin de ciclo en cuyo acaecimiento Rajoy aparece para muchos como el perfecto chivo expiatorio. Sin embargo, el presidente del Gobierno y su equipo no son otra cosa que el fiel reflejo de un PP con enorme fatiga de materiales y que ha apostado desproporcionadamente por la gestión y el correlativo abandono del discurso político cohesivo, que era el que amalgamaba el melting pot conservador. Hubo un tiempo de agregación y ahora empieza otro de sedimentación y disidencia. En él está el PP. Veremos si esta crisis la entiende como una oportunidad o la asume como un fracaso.