IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

La celebración en Bilbao de una reunión de la European Round Table ha sido un acontecimiento singular de gran importancia. No es habitual que nos visiten tantos personajes y tan importantes del mundo de la empresa. No es una de esas reuniones habituales que terminan con grandes declaraciones, ampulosas pero inconcretas, relacionadas con grandes acuerdos que más tarde se cumplen… o no. Esta vez no va de exhibición de poder político. Ninguno de los asistentes dispone de un Boletín Oficial para imponer sus decisiones, pero sus decisiones afectan al bienestar de millones de personas. Los que trabajan en sus empresas y los que viven de los que trabajan en sus empresas. Que vengan a Bilbao, que nos conozcan, que escuchen a nuestras autoridades y que disfruten de la estancia es algo positivo que ojalá tenga sus consecuencias y provoque repercusiones en forma de futuras inversiones. De momento, nos ha puesto en el mapa para un colectivo capital y es un punto más para el presidente de Iberdrola, que marca un gol al alcance de muy pocos.

En la clausura de la reunión, el Rey dijo una cosa importante… pero discutible. O, al menos, matizable. Dijo que «la competitividad y los objetivos climáticos no son mutuamente excluyentes». Para estar completamente de acuerdo es necesario seguir adelante hasta concluir la frase que esgrimió ante tan selecto foro: «En estos momentos de desafíos sin precedentes es más importante que nunca la acción concertada de gobiernos, empresas y ciudadanía». Ahí ya podemos estar de acuerdo, siempre y cuando saquemos las conclusiones adecuadas. Ese es el quid.

La transición energética es tan necesaria como urgente, pero tiene costes. Algunos adoptan la forma de coste monetario; es decir, hay que tomar medidas que cuestan mucho dinero. Otras tienen costes personales en forma de cambios en nuestros modos de consumir, de movernos, de vivir, en suma. Si todos los países del mundo hacen lo mismo y lo hacen a la vez, la competitividad, o al menos la competitividad relativa, no tendría por qué sufrir, pues todos asumiríamos los mismos costes. Habrá que pagar más por lo mismo, pero todos pagaremos lo mismo. Los problemas aparecen cuando unos países imponen esos costes a las empresas para producir y otros, no. Y no será fácil que tal cosa suceda, pues los niveles relativos de desarrollo son muy diferentes. Nadie se conforma con poco cuando es obvio que otros tenemos mucho. Sin olvidar que los comportamientos humanos son muy difíciles de modificar sin la presión previa de las prohibiciones y las multas.