PEDRO CHACÓN-El Correo
La identidad del nacionalismo, sustentada en los apellidos euskéricos, se encuentra con que hay más portadores fuera de Euskadi y Navarra que dentro
Sabemos que la identidad del nacionalismo tiene en el euskera su basamento simbólico y por encima -o, mejor dicho, por debajo- de todo son los apellidos euskéricos su punto de apoyo verdadero. El apellido es la marca de la casa, lo que diferencia a quien es de quien no es dentro del nacionalismo. Y esta creencia ha extendido su influencia silenciosa, cual ley de hierro, por toda nuestra sociedad vasca.
Pero, como no podía ser de otro modo, la tendencia demográfica está haciendo estragos también en ese terreno. Basta confrontar los apellidos vascos del nomenclátor de Euskaltzaindia con el padrón de 2019 -último disponible en la base de datos del Instituto Nacional de Estadística- para comprobarlo. La identidad vasca se soportaría en los 11.000 apellidos que aparecen en ese nomenclátor y que representan el 6% de los 180.000 apellidos españoles. Porcentaje que coincide curiosamente con el del PIB vasco en España, pero téngase en cuenta que en el resto de España hay más personas portadoras de apellidos euskéricos que en el País Vasco y Navarra juntos. Esto ya lo demostró José Aranda Aznar, en un trabajo pionero de 1998, junto con la distribución de apellidos en Euskadi: 20% de personas con los dos euskéricos, 30% con uno sí y otro no y 50% sin ninguno.
Pero vayamos a lo que este gran estadístico no dijo entonces. Para empezar, de los 11.000 apellidos vascos del nomenclátor de Euskaltzaindia, 5.000 de ellos solo son portados por cuatro o menos personas. La reserva de confidencialidad que establece el INE en la exposición de sus datos nos impide saber en cuántos de esos casos ya no hay ningún portador, o cuántos tienen uno, dos, tres o cuatro. Es comprensible que no tengamos por qué saber dónde vive la única persona o la única familia portadora de un apellido. En cualquier caso, el futuro de esos apellidos no parece nada halagüeño. De los 6.000 restantes, 2.500 de ellos los portan menos de cien personas cada uno, generalmente unas pocas decenas, radicadas casi todas en las provincias vascas y Navarra, y que constituirían, por eso, el verdadero núcleo de la identidad vasca: menos de un cuarto de apellidos euskéricos del total y con muy pocos portadores. Porque el resto de apellidos, los 3.500 de más de 100 portadores cada uno, son en su mayoría compartidos por personas tanto al sur del Ebro como al norte. Ejemplos simbólicos para el nacionalismo vasco: existen más personas apellidadas Arana o Aguirre en el resto de España que en País Vasco y Navarra juntos. Los dos primeros apellidos del lehendakari actual darían la medida exacta de lo que decimos. Urkullu lo portan solo 43 personas de primer apellido, todas en Euskadi. Pero con el segundo apellido, Rentería, de los más de 1.000 portadores en toda España, más de 600 están fuera del País Vasco y Navarra.
Hay solo 300 apellidos vascos que pasan de 1.000 portadores cada uno y, de entre ellos, apenas una docena superan los 10.000 portadores cada uno. Pero son estos últimos los que inclinan la balanza total de portadores de apellidos vascos a favor del resto de España. Son los apellidos de quienes salieron de aquí desde los tiempos de la Reconquista y fueron poblando toda la península: los Mendoza, Heredia, Ayala, Orozco, Montoya, Salazar, Ochoa, Vergara, Duarte, además del Aguirre ya citado.
La identidad del nacionalismo, sustentada en los apellidos euskéricos, se encuentra, por tanto, de una parte, con que hay más portadores fuera de Euskadi y Navarra que dentro y, segundo y más decisivo, que los apellidos que quedan aquí en exclusiva presentan una debilidad demográfica alarmante. Así que lo de la autodeterminación vasca no va a ser como la fruta madura, que cae por sí sola del árbol. Porque la demografía está ejerciendo su labor de zapa sobre el árbol, como las termitas que decía Alfred Sauvy. Y al final lo que vamos a tener es la fruta encallada, que no es capaz ni de caer por sí sola porque se ha quedado sin madurar, dura y seca.