Carlos Sánchez-El Confidencial
- España huele a país sin rumbo. Desnortado. Sin una hoja de ruta clara por la incompetencia de sus líderes. Un viejo problema que ha emergido con fuerza tras la pandemia
«A mí, actualmente, España se me representa como algunas de las iglesias de nuestras viejas ciudades: un párroco mandó cerrar una puerta; otro cubrió de yeso unos angelotes porque eran inmorales; el que le siguió cerró una capilla con un altar; otro tapió las ventanas y abrió otras nuevas, y, al ver ahora la iglesia, no se puede uno figurar su forma primitiva».
Pío Baroja. ‘Vieja España, patria nueva’. El Tablado de Arlequín.
Unamuno vio a España como un «pantano de agua estancada» en medio del marasmo; Machado clamó contra una España «vieja y tahúr, zaragatera y triste»; mientras que para Baroja la España finisecular era como «el tronco negruzco de un árbol desmochado». Pero fue Joaquín Costa, con Galdós, quien más empeño puso en denunciar el caciquismo, la corrupción y el descrédito de unas instituciones que, como proclamó Ortega, llevaban dos siglos en decadencia.
El actual declive, desde luego con una situación de partida muy diferente y, por supuesto, mejor a la de aquella España que retrató con angustia la literatura del desastre, es más efímero. Probablemente, tiene su origen en la última recesión, que dejó maltrechos algunos servicios públicos esenciales y cayó en el conformismo ramplón durante la recuperación, tanto en lo económico como en lo político. Un mal remedio de aquellos años bobos que se llamaron durante la Restauración canovista, y que Silvela dibujo en ‘España sin pulso’: «Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad». Ya no hay ninguna duda de que el país, por la mala praxis de sus élites, se va agostando.
Paso a paso, día tras día, vuelven los viejos fantasmas. Como si se tratara de una maldición bíblica, que no lo es; o como si, periódicamente, cada cierto tiempo, este país estuviera condenado a que se posara un pájaro de mal agüero sobre su superficie en busca siempre del mismo nido que lo cobije.
España empieza a tener solo un problema: la selección de sus élites, que hace que cada crisis sea peor que la anterior
Probablemente, porque el maleficio, que no lo es, siempre encuentra el ecosistema que necesita. Y que no es otro que élites amamantadas en el barrizal de la política, y que López-Burniol, con buen criterio, ha denominado ‘caciquismo orgánico’, que toma carta de naturaleza cuando las cúpulas dirigentes de los partidos pervierten las elecciones eligiendo en listas cerradas a los sumisos, a los correveidiles del poder. A los mismos que hacen el caldo gordo a sus desmanes. España empieza a tener solo un problema: la selección de sus élites, que hace que cada crisis sea peor que la anterior. Quienes están obligados a dar soluciones son el problema.
El fango
El sueño de los tiranos, de los embaucadores, de los arribistas es convertirse en salvadores de las miserias que ellos mismos provocan, lo que explica su íntima necesidad de procurar el fango político. Vivir en el lodo, en la disputa estéril, es la mejor manera de ocultar sus propias impudicias.
Hacer ruido es lo más rentable cuando se carece de ideas o, cuando se tienen, no pueden materializarse por su propia incompetencia. Solo por eso Pablo Iglesias necesita agarrarse a la república o Pedro Sánchez a la memoria desdichada de la repugnante dictadura mientras el país se desangra.
Solo por eso, Vox y los independentistas se aferran a la bandera o Pablo Casado se ve arrastrado por una incompetente Díaz Ayuso, lo que le obliga a hacer una oposición inútil y absurda esperando que el Gobierno se queme. Solo por eso el parlamento forma parte hoy de la industria del entretenimiento, como bien saben los programadores de las televisiones, que han visto en la política —ahí están poniendo en directo las sesiones de control— un extraordinario negocio. Unos buscan audiencias y otros votos al calor de la melé política. Trump, Salvini o Bolsonaro son los hijos destacados de esa industria.
Solo por eso, Vox y los independentistas se aferran a la bandera o Pablo Casado se ve arrastrado por una incompetente Díaz Ayuso
Y es por eso, por lo que no merece la pena buscar otras explicaciones a lo que ‘nos pasa’, que decía Ortega. Es terreno baldío. Yermo. Sánchez e Iglesias, para seguir chapoteando, necesitan crear polémicas, y para eso está la maquinaria de la Moncloa, convertida en una fábrica de crear polémicas. Exactamente igual que hacía Zapatero durante los peores años de la anterior crisis. Había que sacar conejos de la chistera para favorecer el chismorreo y nutrir a los medios de comunicación de naderías. Solo por eso Sánchez no ha dejado acudir al rey a Barcelona. Ni siquiera es convincente que se tratara de un guiño a los independentistas porque el rey ha ido a Barcelona en numerosas ocasiones. Hay que entretener al solar patrio.
Moncloa necesita desviar la atención porque la gestión de la pandemia está siendo una calamidad; porque la economía española será la que más sufra de Europa y ya es la que más empleo ha destruido en términos de horas trabajadas; o porque el partido socialista incumplirá casi todas sus promesas electorales. Ni habrá regeneración democrática ni España tendrá por el momento un parlamento propiamente dicho, porque se seguirá gobernando a golpe de decreto-ley. El curso político antes empezaba en Rodiezmo y ahora lo hace desayunando con el Ibex.
El desparpajo
Sánchez ni siquiera pretende renovar el poder judicial porque ya toca o por salud democrática reforzando su independencia del poder político, sino porque quiere hacer lo mismo que ahora hacen de forma torticera y tramposa los jueces conservadores con todo el desparpajo del mundo: colocar a los suyos. Por eso no se renueva, porque si se eligieran a los jueces con criterios profesionales, la renovación sería intrascendente. Irrelevante en términos políticos ¿Qué fue de la transparencia? ¿Qué fue de la rendición de cuentas? ¿Qué fue de la doble llave al sepulcro del Cid que reclamaba Joaquín Costa?
No es casualidad que al mismo tiempo que el ministro Garzón colgaba su tuit, se celebrara una manifestación en Vallecas; sí, en Vallecas, contra los excesos de la Policía a la hora de controlar una manifestación.
Por eso no se renueva, porque si se eligieran a los jueces con criterios profesionales, la renovación sería intrascendente
Sí, esa Policía que dirige el Gobierno del que forma parte el ministro de Consumo, mucho más sensato en la intimidad. Justamente, el mismo Ejecutivo que aprobará unos Presupuestos que no incorporarán ninguna de las grandes promesas de Unidas Podemos: ni habrá mayor equidad fiscal para mejorar los servicios públicos (se financiarán con deuda) ni habrá banca pública ni España tendrá una nueva política industrial. Ahí están la reforma laboral, sólida como un panteón, mientras que los trabajadores de Alcoa claman en el desierto contra sus despidos. Los pueblos de la España despoblada seguirán tan vacíos como siempre y la factura de la luz seguirá tan cara. También, como siempre. Ni siquiera el ingreso mínimo vital, cuyo despliegue ha sido una vergüenza, tiene algo que ver con la idea de una renta básica. Las colas del hambre siguen ahí, como una losa insoportable. De nuevo, esperando el maná de Europa, como Franco suspiraba un acuerdo con EEUU para que le llegara la leche americana.
Unidas Podemos saldrá del Gobierno cuando toque —y por eso hace ruido ahora— sin haber logrado nada verdaderamente relevante, salvo algunos intereses personales. Solo por eso buscará en lo que queda de legislatura remover los sentimientos. Cuando no hay política, se busca zarandear las emociones, lo que exige ahora mover el árbol de la república o de cualquier otra cosa para no hablar, como se decía entonces, de la cuestión social.
Las majaderías
Ni siquiera la estrategia es original. Es exactamente la misma que ha hecho la Comunidad de Madrid durante la pandemia, que en lugar de buscar soluciones siempre ha jugado a ser la oposición del Gobierno. Igualmente, solo para desviar la atención de su propia incompetencia. Incluso, abrazando majaderías como que España estaba empezando a ser una dictadura mientras los hospitales madrileños estaban a reventar por el mal funcionamiento de los centros de atención primaria. O por la falta de rastreadores o por no aumentar las platillas de forma suficiente.
El alguacil, sin embargo, como siempre ocurre cuando se hace política vana y presuntuosa, ha salido alguacilado. El postureo tiene las patas cortas y hoy la desconfianza en la política —o habría que decir en los políticos— es un clamor. Sin duda, porque el principal problema de España, como en el 98, siguen siendo sus élites. Obviamente, porque han fallado todos los mecanismos de selección. El enchufismo, el compadreo, el amiguismo, se ha apoderado de la política, y eso ha acabado por expulsar de las instituciones y de los centros de poder a los mejores. Triunfan los arribistas, los advenedizos y los de piel dura que miran a su alrededor sin inmutarse de tanta incompetencia.
Ayuso, abrazando majaderías como que España estaba empezando a ser una dictadura mientras los hospitales estaban a reventar
Lo escribió Santos Juliá en 1994, con un PSOE anegado por la corrupción y el crimen de Estado, a punto de salir del poder: «Cuando todo esto pase y los socialistas hayan salido del Gobierno, quedará en el aire esa amarga sensación que acompaña a las grandes ocasiones perdidas. Tenían todo en sus manos para impulsar un nuevo rumbo y devolver a la política la dignidad propia de un servicio al Estado y a la sociedad. Al final, habrán conseguido lo contrario: que la política vuelva a tenerse como una especie de confabulación entre familiares y amigos para asegurarse el reparto de un botín».
Los escritores del 98, al menos, lograron crear un formidable ambiente intelectual en busca de una conciencia nacional que hoy ni está ni se la espera.