MIQUEL PORTA PERALES, ABC 25/01/14
· El precedente inmediato hay que buscarlo en el Estatuto de 2006. Ese Estatuto que señala que la Generalitat asume competencias propias del Estado, que propone modificar tácitamente el modelo de Estado, que persigue una reforma encubierta de la Constitución.
Una de las máximas expresiones de la ficción nacionalista es el jugar a ser Estado de la Generalitat de Cataluña. El precedente inmediato hay que buscarlo en el Estatuto de 2006. Ese Estatuto que señala que la Generalitat asume competencias propias del Estado, que propone modificar tácitamente el modelo de Estado, que persigue una reforma encubierta de la Constitución. ¿Ejemplos? La condición jurídico-política de la nación catalana, los derechos históricos de Cataluña, la relación bilateral con el Estado, la acción exterior, la cooperación transfronteriza, la obsesión monolingüe, la Justicia propia, la Agencia Tributaria de Cataluña, el diseño de políticas migratorias, la convocatoria de consultas sobre temas previsiblemente ajenos a las competencias de la Generalitat y un etcétera que exige una lectura abusiva del artículo 150.2 del texto constitucional, un cambio de siete leyes orgánicas y, probablemente, una reforma de la propia Constitución.
¿Por qué se redactó y aprobó un Estatuto que, en el más generoso de los casos, coqueteaba con la inconstitucionalidad? Oportunismo, irresponsabilidad, desafío y ensueño. Creían que, por ser quienes eran –¡una nación!, aseguran–, verían satisfechas sus demandas. Sus exigencias. La aventura acabó –como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta la letra y la música del texto estatutario– mal. El Tribunal Constitucional –un «legislador negativo», en la tradición democrática jurídica occidental– resolvió lo que debía resolver. El Alto Tribunal, a tenor de lo que marca la Constitución, difícilmente podía haber hecho otra cosa distinta. Pero, la ficción nacionalista siguió ahí. Como siguió ahí la obsesión por jugar a ser Estado que reflejaba el Estatuto. En espera de una nueva oportunidad.
La oportunidad llegó con el triunfo electoral de CiU en 2010. El nacionalismo catalán alcanzó el poder equipado con una ideología –populismo y egoísmo localistas– según la cual 1) Cataluña posee una identidad nacional propia que le confiere el derecho natural a ser lo que es, 2) Cataluña es un territorio económicamente e irremediablemente expoliado por España, 3) España no puede cambiar, porque si lo hiciera dejaría de ser España, 4) Cataluña no tiene lugar en una España centralista y recentralizadora que lamina el ser y el autogobierno catalanes, 5) Cataluña tiene derecho a constituirse en un nuevo Estado de la Unión Europea. La oportunidad volvió después de la Diada de 2012. Fue entonces cuando Artur Mas –el pacto fiscal como excusa– dio el portazo a Mariano Rajoy en La Moncloa y se puso al frente de la ola callejera que reivindicaba la independencia a través del llamado «derecho a decidir».
En semejante coyuntura, con los mimbres ideológicos mencionados, el nacionalismo catalán –populismo, electoralismo, victimismo, narcisismo de las pequeñas diferencias, psicologismo identitario, ensueños y necesidad de encubrir una política ineficiente–, con la inestimable colaboración de una fiel infantería –mediática y no mediática– siempre dispuesta a prestar –por convicción o interés– su apoyo a la causa, retomó la ficción y la idea –primer paso hacia la independencia– de jugar a ser Estado. La consigna: ¡Hay que construir estructuras de Estado! A los pioneros Meteocat, Neucat, Inuncat, Ventcat, Procicat, Diplocat o Cesicat –esto es, previsión meteorológica, planes para hacer frente a la nieve, las inundaciones o el viento, plan de protección civil, organismo asesor en materia de acción exterior y centro de seguridad de la información: todo ello «cat»– le seguirán, en palabras del Consejo Asesor para la Transición Nacional, «diecinueve informes para identificar e impulsar estructuras de estado».
¿Qué estructuras de Estado? Hacienda, Agencia Tributaria, Banco Central, entes reguladores, seguridad social, deporte, energía, poder judicial, administración electoral o servicio exterior. ¿Para qué las estructuras de Estado? Tres documentos: «el impulso de estructuras de estado para llevar a cabo la consulta… identificación de las estructuras estratégicas para el funcionamiento del futuro Gobierno y de las instituciones catalanas» (Decreto 113/2013 de 12 de febrero de 2013 de la Generalitat de Cataluña); «el Gobierno trabajará en la construcción de estructuras de estado que acompañen este proceso de ejercicio del derecho a decidir del pueblo de Cataluña y permitan fortalecer el país en todos los ámbitos… la construcción de estructuras de estado no es un objetivo en sí mismo. Es un instrumento, que ha de dar a nuestro país la posibilidad de ejercer aquellas competencias y de diseñar aquellas políticas que cualquier estado
puede hacer en todos los ámbitos, desde definir modelos de prestación hasta políticas de proyección exterior de nuestro país» (Programa electoral de CiU, 2012); «estamos avanzando en la construcción del Estado propio y Convergència es la garantía del rigor y la solvencia del proceso de Transición Nacional, y también de su éxito» (folleto de la campaña DerechoadecidiryEstado propio. Garantía de un futuro mejor, Convergència Democràtica de Catalunya, 2013). Por lo demás, el Consejo Asesor para la Transición Nacional –en su informe Las relaciones de cooperación entre Cataluña y el Estado español, 2103–, propone un «Consejo Ibérico» que permita que los «estados de la península: España, Portugal, Cataluña y Andorra» busquen una «fórmula de cooperación que, favoreciéndoles, reforzará la capacidad de influencia, especialmente dentro de la UE». Propone también un «Consejo Catalano-Español» para «buscar las máximas sinergias de cooperación entre los dos países». Y, mientras Artur Mas garantiza que Cataluña será un «buen aliado» de España una vez conseguida la independencia, Convergència Democràtica de Catalunya impulsa (2014) la campaña del triple «si» a favor de la consulta de autodeterminación, el Estado propio y la independencia. En definitiva, sigue el jugar a ser Estado. Así entiende el Govern de la Generalitat la lealtad institucional.
La pregunta: ¿cuál es el secreto de la persistencia de ese jugar a ser Estado del nacionalismo catalán? Diversas variables explicativas. En primer lugar, la variable emocional –la frontera interior romántica y el narcisismo de las pequeñas diferencias– característica de quien construye una identidad a la carta con el objetivo de diferenciarse del Otro, tiende a exagerar su personalidad, reclama ser valorado como una cosa especial en virtud de su ser, y reivindica la soberanía nacional que le correspondería. En segundo lugar, la variable psicológica –la personalidad política inmadura– que explica la tendencia a escapar de la realidad a través de una fantasía impaciente, que soporta mal los contratiempos, no suele ser consciente de las consecuencias de sus actos y exige lo que desea porque cree tener derecho a poseerlo.
En tercer lugar, la variable antropológica –el chivo expiatorio– propia de quien dice cargar sobre sí las culpas y excesos de los demás, precisamente por ser un cuerpo distinto y no asimilable, y apela a la independencia como manera de librarse del maltrato que se le infligiría. En cuarto lugar, la variable política y económica –la competición por los recursos– inherente a quien se vale de la identidad para obtener ventajas de toda índole. Todo ello remite a la ficción. Al fingimiento que busca el privilegio a través de la afirmación heráldica y el victimismo. Un torpe intento de seguir a Maquiavelo, una lección mal aprendida que usa el sentimiento y la artimaña para alcanzar y mantener el poder. Y para disimular una pésima gestión. La brutta cupidità di regnare.
MIQUEL PORTA PERALES, ABC 25/01/14