«Deje de molestar a la gente de bien» dijo Alberto Núñez Feijóo el martes en el Senado. Y a renglón seguido se oyeron las trompetas del Apocalipsis, se desgarraron las cortinas del templo, sonó la alarma antiincendios, la nuclear, la antifascista y, al poco, el relato de la izquierda empezó a caminar.
Y como es costumbre, el PP, en menos de lo que se tarda en escribir un tuit, hizo suya la interpretación de la izquierda y sus mentes pensantes empezaron a sospechar, horrorizados, que tras el anatema de la «gente de bien» los potenciales votantes centristas iban a imaginarse a Feijóo con chaqueta Teba, abrigo Loden o saliendo de misa de doce luciendo bandera española en la muñeca.
«No es lo que parece», «en realidad no quería decir lo que dijo», «se refería a expertos como médicos, profesores o juristas que están perplejos con lo que recoge la ley trans».
Fuentes del partido, asustadas y sin criterio, tapando vías de agua imaginarias.
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Para los miembros del Gobierno y medios afines, lo de «gente de bien» retrató a un Feijóo elitista. Un freudiano acto fallido con el que el líder del PP confirmaba su querencia por las grandes fortunas y quienes las representan, su fraudulento interés por lo social, su ranciedad y la mentira de su giro al centro.
Los miembros del Gobierno desconocen la diferencia entre «gente bien» y «gente de bien», posiblemente porque entre ellos hay más de los primeros que de los segundos.
Los que no somos gente bien (la mayoría), lo tenemos claro.
Para otros, hablar de «gente de bien» implica que hay «gente de mal». Y en ese grupo se ven reflejados ellos y, por extensión, los colectivos a los que dicen representar. Como si «gente de mal» fuese un trasunto del «vagos y maleantes» de ley franquista y Feijóo los hubiese vuelto a meter a todos ellos (sobre todo a «los colectivos») en esa España en blanco y negro de la que no paran de hablar.
Yo intento ser gente de bien. Así me educaron en mi casa.
También intento rodearme de gente de bien porque te suelen hacer la vida más fácil.
Ser gente de bien incluye una larga lista de actitudes al alcance de cualquiera. No tienen que ver con la clase social, sino con la empatía y la educación.
Para nosotros son ‘gente de bien’ quien:
→ Sube los salarios.
→ Sube las pensiones.
→ Sube el SMI.
→ Sube las becas.
→ Amplia los derechos de las mujeres.👉 Pedimos a Feijóo que nos aclare quienes son para él la ‘gente de bien’.
🏛️ Félix Bolaños al PP. pic.twitter.com/gLf84tmX3R
— PSOE (@PSOE) February 22, 2023
Van desde no robar hasta no colarse en la fila del cine ni en cualquier otra. Pedir perdón, dar las gracias. Cuidar a quien lo necesita y no aprovecharse de quien no puede defenderse. No poner música en la playa ni hablar a gritos en los espacios públicos. Tratar con educación a quien te atiende (camarero, dependiente) y a tus compañeros de trabajo, sobre todo si eres el jefe.
La gente de bien aprecia la belleza en cualquier cosa y desprecia la vulgaridad. Se moviliza cuando la causa lo merece (una guerra, un desastre natural), pero no para lanzar proclamas de coste cero, sino para arremangarse y ayudar.
La gente de bien devuelve el cambio si le dan de más y no se queda nunca lo que encuentra por la calle, porque no es suyo. No entiende que se pueda vivir del cuento ni quiere nada que no se merezca.
No se mete en las vidas ajenas ni le gusta que se metan en la suya. Su hogar es su castillo y su familia (poca, mucha), su bastión.
Y sí, hay «gente de mal», y nada tiene que ver su orientación sexual, su edad, su origen, la lengua que habla o el partido al que vota (salvo si se trata de EH Bildu o sus blanqueadores). Siempre ha sido así.
Gente de bien la hay en todas partes. Gente de mal, también.
A los primeros, presidente, en serio, déjelos en paz.