La «gente» y el «pueblo»

EL CONFIDENCIAL 18/01/16
ESPERANZA AGUIRRE

· Ante los fallos del sistema político de la democracia liberal, los populistas se arrogan la representación de todo el pueblo -de toda la «gente», dicen los de Podemos- frente a los políticos anteriores

La sesión constitutiva del Congreso de los Diputados del pasado miércoles fue aprovechada por los diputados (y diputadas, ¡claro!) de Podemos y sus grupos afines para convertirlas en una ‘performance’ de propaganda.

Las sesiones constitutivas de todas las cámaras parlamentarias tienen dos objetivos fundamentales. El primero, que los diputados electos en las urnas juren o prometan acatamiento a las leyes que los ciudadanos se han dado democráticamente. Y después, que los diputados, ya en pleno ejercicio de sus derechos como representantes de la soberanía nacional, elijan al presidente y a los miembros de la Mesa de la Cámara, que serán los encargados, desde ese momento, de gobernar la actividad parlamentaria.

La jura o promesa de la Constitución y de las leyes debería ser un trámite sin mayor trascendencia porque, en pura lógica, es inimaginable que alguien, elegido según unas leyes, no esté dispuesto a cumplirlas. Eso no quita para que a un diputado, o a muchos, no les gusten esas leyes, y quieran aprovechar el mandato popular que han recibido para cambiarlas, según los procedimientos establecidos, claro. Pero sería absurdo e inadmisible que pretendieran cambiar las leyes que no les gustan por el procedimiento de incumplirlas.

Creo que lo más justo y limpio sería que al electo se limitaran a preguntarle: “¿Jura o promete acatar la Constitución?“. A lo que el electo contestaría sólo “sí“

Sin embargo, en España, desde que los proetarras -o etarras- empezaron, hace ya muchos años, a aprovechar el momento de la preceptiva jura para añadir al “sí, juro” o al “sí, prometo” la innecesaria coletilla del “por imperativo legal”, hemos tenido que contemplar a políticos de algunos partidos nacionalistas o de extrema izquierda que, al jurar o prometer, añaden algún mensaje de propaganda de sus partidos o de exaltación narcisista de sí mismos.

Hasta que empezó esa moda de añadir mensajes a la jura o promesa, la única curiosidad más o menos malsana que tenía ese trámite era la de comprobar si el electo juraba o prometía. Se supone que el que jura pone a Dios por testigo de lo que dice, lo que quiere decir que cree en Dios. Y el que promete, o no cree en Dios o tiene dudas acerca de Su existencia, y prefiere poner a su conciencia y a su honor (de los que, por lo visto, no tiene dudas de que existan) como testigos. Saber eso de un político es conocer algo de su más profunda intimidad, y siempre he tenido dudas de que sea constitucional y justo obligar a los cargos públicos a desvelar sus más íntimas creencias.

Creo que lo más justo y limpio sería que al electo se limitaran a preguntarle: “¿Jura o promete acatar la Constitución?”. A lo que el electo contestaría únicamente “sí”. Y punto. Porque si contestara “no”, es evidente que su presencia allí está de sobra. Y, por supuesto, sin desvelar si jura o si promete, porque sus creencias religiosas no tiene por qué hacerlas públicas. Con esa escueta afirmación, se sustanciaría ese trámite.

Pues bien, ese trámite fue aprovechado el otro día por los diputados de Podemos, expertos manipuladores del ‘agit-prop’, para enviar una serie de mensajes dirigidos a una audiencia que sabían que iba a ser muy amplia. Y en esos mensajes siempre aparecía, curiosamente, la palabra “gente”: “que el Parlamento se parezca más a la gente”, o “nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos”, o “un país con su gente”.

Siempre que algún político y su partido se han arrogado la identificación con el “pueblo“ o con la “gente“, si consiguen el menor resquicio de poder, lo utilizan para destruir el sistema democrático

La referencia a la gente es una vuelta a los orígenes de ese partido y de esos políticos. Y en eso no hacen más que seguir la senda por la que han caminado siempre todos los totalitarismos populistas de la Historia. El populismo es siempre eso: ante los fallos (normalmente puestos en evidencia por alguna crisis económica profunda o por algunos casos escandalosos de corrupción) del sistema político de la democracia liberal, los populistas se arrogan la representación de todo el pueblo -de toda la “gente”, dicen los de Podemos- frente a los políticos anteriores, por muy democráticos que sean, a los que descalifican (los de Podemos se refieren a los demás con el despectivo “la casta”) y a los que condenan al basurero de la Historia.

Una vez investidos por ellos mismos como los sacerdotes de la gente, del pueblo, del común o de lo público, frente al resto, que serían los representantes de un sistema caduco y despreciable, su objetivo es, por encima de todo, alcanzar el poder (“el cielo se toma por asalto”) para imponer su modelo de sociedad y hasta su modelo de conciencia para cada ciudadano.

Es una historia tan vieja que parece mentira que haya que recordarla, pero así ha sido innumerables veces. Siempre que algún político y su partido se han arrogado la identificación con el “pueblo” o con la “gente”, si consiguen el menor resquicio de poder, lo utilizan para destruir el sistema democrático y conducen a ese “pueblo” o a esa “gente” a la ruina y a la catástrofe. Mussolini, Hitler, antes Lenin y después Perón, Castro o Chávez, son ejemplos tan evidentes de esta manera de proceder que parece mentira que haya que recordarlos.

Otra cosa es que, quizás, el ‘show’ del otro día haya tenido rentabilidad propagandística para sus actores. Ya se sabe que “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lucas, 16, 8). Pero la arrogancia con que utilizaron la palabra ‘gente’ debería ser la más clara señal de alarma acerca de la raíz totalitaria de su pensamiento y de sus políticas.

¡Ah! Y el pobre Patxi López se quedó sin su día de gloria porque todo el mundo se fijó en los de Podemos y no en su elección como presidente del Congreso, que es la tercera autoridad del Estado.