IGNACIO MARCO-GARDOQUI-El Correo

En esta fase previa a la apertura de la mesa de diálogo, prevista para solucionar (?) el tema de Cataluña, estamos en plena fase del despiste. Estaba Pedro Sánchez rodeado de la espesa salsa de la incredulidad, entre los suyos, y de franca hostilidad, entre los demás, por causa de la decisión de indultar a quienes no quieren ser indultados y que él mismo aseguró que debían cumplir íntegramente las penas, cuando llegó en su ayuda una oportuna carta de Oriol Junqueras. En realidad, la misiva no dice gran cosa, aparte de que acepta ahora los indultos que antes proponía que se los metiesen por donde les cupiesen y que, de momento, no apoya la vía unilateral porque: ¿aborrece de ella? No, claro, la aparca simplemente porque ‘ahora’ no sirve. Servirá cuando la acumulación de fuerzas se haga abrumadora. Además, ¿a quién compromete la carta? Al Govern no, no ha habido ninguna pronunciación al respecto. A su partido, ERC, tampoco ya que ninguno de sus órganos rectores la ha suscrito o aprobado. ¿A él? Me imagino que sí, pero ya ha dicho que solo durante el rato que tarda en sumar fuerzas a sus pretensiones. Desde luego, si esta es la pista de aterrizaje del independentismo… no podría aterrizar en ella ni un ultraligero.

Y es que todo el ‘procés’ es una farsa. Lo fue cuando Jordi Pujol acarreaba millones (misales en el argot familiar) en provecho de su prole. Cuando se olvidó de contárselo a Hacienda, pero no olvidó ni un solo número de sus cuentas en Andorra, que con tanta habilidad manejaba ‘la madre superiora’. Lo fue cuando Artur Mas pregonaba aquello tan bonito de ‘Espanya ens roba’, un eslogan exitoso que desmontó con datos apabullantes Josep Borrell, entre otros. Lo fue cuando Carles Puigdemont declaró la República más efímera de la historia, pues se desvaneció en cuestión de segundos, y cuando en lugar de salir a celebrar el magno acontecimiento en las calles y la plazas de Cataluña se encerró en el maletero de un coche camino de su personal Waterloo, desde donde esparce estiércol sobre el país que ha habilitado sus paseos por el Parlamento Europeo.

Lo fue cuando Quim Torra, probablemente el mediocre más inoperante y dañino de la historia moderna, se dedicó a perder el tiempo, mientras estudiaba los ‘huecos que las bestias españolas tenemos en el ADN’ y asistía insensible a la salida, desordenada pero constante, de las sedes sociales de sus mejores empresas. Lo fue cuando con una mano se quejaban de la escasa financiación que recibían de la ‘Metrópoli’ española y con la otra acudían a Madrid de manera incansable a colocar la deuda que acumulan con tan enorme desenfado. Y lo será cuando en la mesa de diálogo entre gobiernos, esa mesa que iguala a una parte (la independentista), de la parte (Cataluña), con el todo del Estado, gracias a la inagotable flexibilidad de Pedro Sánchez, a quien le da todo igual con tal de no abandonar el colchón de La Moncloa.

Seguro que ha oído usted hablar de esta mesa del diálogo. Seguro que sabe de memoria los dos puntos del orden del día exigido por los independentistas: la autodeterminación y la amnistía. Conoce seguro que para el presidente Sánchez la sentencia del Tribunal Supremo es un ejemplo de venganza y revancha que solo se curará con la magnanimidad que le hace ver una sedición donde antes veía rebelión. Algo que no merece reproche, basta con un par de horas mirando a la pared con los brazos en cruz.

Pero la farsa no da para más. ¿Hay alguna posibilidad de que los independentistas vuelvan en la mesa a la legalidad y se afanen en buscar los apoyos suficientes para modificar las leyes que les impiden alcanzar sus ensoñaciones? No, claro, de eso nada. Si dejan de dar pedales, se caen de la bicicleta. El ‘procés’ es una farsa, pero también un gran negocio que da de comer a muchos y permite soñar a más.