IGNACIO CAMACHO-ABC
- No es la abstención la causa del declive sanchista. Su respaldo electoral migra a la derecha en una mudanza masiva
Ningún partido roba votos a otro, como se suele afirmar en los análisis poselectorales, porque el voto no es de nadie salvo del ciudadano que se lo da, o más bien se lo presta, a quien le da la gana, al que menos le incomoda o al que es capaz de ganarse su confianza. Una obviedad tan diáfana como a menudo olvidada por los candidatos que antes y después de las campañas apelan a una especie de lealtad biográfica del votante hacia su marca, como si la propiedad intelectual del sufragio estuviese registrada. A partir de esta premisa falsa, los perdedores justifican sus derrotas con la invariable excusa de que «los nuestros se han quedado en casa»; ni se les pasa por la cabeza que en democracia la gente puede cambiar de opinión según su voluntad soberana, y que si no lo hiciera las elecciones no harían falta porque todo el mundo votaría siempre a los mismos con fidelidad gregaria. Esos cambios son precisamente los que producen las alternancias.
En Andalucía se ha visto cómo el PP ha sido capaz de embalsar trasvases de procedencia distinta. Y no sólo de Ciudadanos y de Vox sino de una porción significativa de antiguos apoyos del Partido Socialista, cuyo número tratan de establecer algunas encuestas, CIS incluido, en estos días. El sanchismo se ampara en los presuntos abstencionistas para eludir la aceptación de esta mala noticia, y como casi siempre es mentira: ha sufrido una fuga masiva y de hecho la participación del 19-J superó en puntos a la de 2018, cuando cayó Susana Díaz. En ese dato hay un aviso demasiado antipático para la izquierda y es la consolidación de un desplazamiento sociológico que se asienta en todo el territorio con más firmeza que una simple tendencia. Y que a escala nacional configura el retrato de una sociedad descontenta con una política cuyo énfasis ideológico carece de respuestas a sus verdaderos problemas. El Gobierno pierde apoyos a espuertas. Se está fraguando, incluso quizá haya cuajado ya, un vuelco en la correlación de fuerzas.
Explicar ese proceso en la desmovilización es un autoengaño. En primer lugar porque muchos partidarios de Sánchez se abstienen por puro desencanto, y en segundo porque otros tantos ya han decidido cruzar la acera sin miedo a mudarse de bando. Y más que emigrarán; bien por rechazo a los pactos con independentistas, tardoetarras y demás enemigos del Estado, bien por falta de soluciones a sus aprietos cotidianos. La reputación del presidente es un chicharro. Se le ve como un yonki del poder, displicente y lejano a bordo de su Falcon, expidiendo un programa legislativo desconectado de la realidad, incapaz de sobreponerse a los caprichos sectarios de sus aliados. Con el voto fijo, el irredento, el que pase lo que pase nunca se moverá de su esquema binario, no le alcanza para el centenar de escaños. El resto se le está escapando rumbo a cualquier sitio que no huela a fracaso.