ABC 30/09/14
HERMANN TERTSCH
· Cataluña es un efecto más de la putrefacción de los problemas que arrastra España
NUNCA podrá un personaje menor como Artur Mas ser un problema para España. Si vemos ahora al hombre vulgar que preside la Generalidad de Cataluña como alguien especialmente detestado por hacer un inmenso daño a la convivencia entre españoles, es porque personifica nuestra crisis más inmediata. Nuestros problemas son otros. Los que dejamos entrar en un grado de putrefacción que nos ha llevado a esta postración por septicemia. Mas es aquí un mero virus oportunista. Nuestro problema más serio ni siquiera es «Cataluña». Por mucho que sea el nacionalismo en esa región española el que ha adquirido la masa crítica para ser el detonante de la crisis de Estado en que nos hallamos. Y no desde ayer, desde que comenzaron las violaciones de la ley, el desprecio y desacato de sentencias y artículos de la Constitución. Como todo ha sido en la más absoluta impunidad y sin réplica desde el Gobierno de España, no ha sido difícil a los caudillos de la sedición nacionalista convencer a los catalanes de que también será impune el salto más osado, la celebración de la consulta que simboliza la rebelión contra el Estado. La organización de un referéndum de autodeterminación en una región europea es una inmensa payasada. Y no deja de serlo porque se organice de forma legal y por invitación de un primer ministro conservador bastante irresponsable. No soluciona nada y rompe para generaciones la concordia en la región afectada, en sus ciudades, sus comunidades, incluso sus familias. Escocia será prueba de ello.
Pero insisto, Cataluña es un efecto más de la putrefacción de los problemas que arrastra España. Ante todo la incapacidad de superar la mentira que la izquierda logró imponer ya en la transición política. La que otorgaba esa superioridad moral y cultural a una izquierda a la que nadie se atrevía a recordar sus infinitas miserias. Que obligaba a mentir a toda la sociedad, que en su inmensa mayoría había vivido dócil y satisfecho en el franquismo hasta el final. Los horrores del franquismo, los ciertos y otros fabulados, se convirtieron en escenario y argumentario político y cultural omnipresente. Así nos llegó la mentira decimonónica de los nacionalismos con todo el vigor de su invención victimista y el apoyo incondicional de la izquierda, cuya obsesión era la lucha contra todo identificable con el franquismo. Como España y su unidad. Y una derecha obsesionada por ser centro solo sabía serlo acatando el mensaje de la izquierda. Acobardada y sumisa a la falsaria retórica antifranquista. Desde entonces al menos los problemas capitales de España son la mentira y la cobardía. Todos los conflictos que sufre hoy en día la sociedad española, desde el nacionalismo a la corrupción, desde el totalitarismo revanchista de la izquierda radical al dopaje en el deporte, se deben a lo mismo. A la búsqueda de la solución fácil, inevitablemente con trampa, ocultación y mentira. Y a la cobardía para hacerle frente por parte de los grandes partidos y esas elites de esta sociedad, que vuelven a fracasar como en siglos pasados, de forma trágica y estrepitosa. Todo el discurso del nacionalismo está basado en la mentira. Hoy ya en mentiras pueriles. Grotescas. Que la población catalana cree como otros creen en soluciones bolcheviques. Nadie les ha contradicho. Toda la capacidad del nacionalismo de erigirse en amenaza para España se debe al miedo. Era más lucrativo, corrupto, frívolo, cómodo y armonioso pretender respetables sus mentiras. Parte de la gran mentira antifranquista de España. Ahora, en la hora de la verdad, hay quienes creen que podemos mantenernos en el carrusel de la armonía de esa permanente mentira y cobardía. Va a ser que no.