José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

La presentación pública de las 300 medidas es un último abuso del hiperliderazgo que el líder socialista quiere ejercer y del populismo que practica mientras el Congreso languidece

Si las 300 medidas que el presidente en funciones, Pedro Sánchez, presenta este martes como programa de gobierno ‘progresista’ lo son realmente y difieren del programa que expuso en el discurso de investidura (fallida) el pasado 23 de julio, o el secretario general del PSOE nos engañó entonces o lo hace ahora. Porque todos los ciudadanos razonablemente informados estábamos persuadidos de que el líder socialista no expuso en el Congreso de los Diputados una mera digresión para cubrir el expediente, sino un programa de gobierno en torno a 10 grandes medidas que vertebrarían la acción del Ejecutivo. Insisto: si las 300 medidas del nuevo programa ‘progresista’ son distintas de aquellas que contenía su intervención parlamentaria en julio, o Sánchez es un tipo banal que cambia de criterio en un tiempo récord o, sencillamente, lo que dijo entonces o lo que expone hoy resulta falso.

La política admite un margen muy holgado para la simulación. Y parece que Sánchez lo ha apurado al máximo este mes (entre el 25 de julio y el 3 de agosto) con una coreografía populista. Es populista reunirse con colectivos sociales cuya representatividad no se acredita como si la legitimidad de sus propuestas fuesen de una condición superior y distinta a las elaboradas por su propio partido y por las demás formaciones. En una democracia representativa (artículo 6º de la Constitución) “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”.

Al populista le caracteriza saltarse los fielatos representativos del sistema y, de entre ellos, a los propios partidos. Eso es, en la jerga del populismo, la democracia mayoritaria o la democracia directa, y sustituye a la añosa e insuficiente democracia representativa, tan zarandeada en estos tiempos. Sánchez, para sostener al Partido Socialista menos débil de los europeos, ha recurrido a estos ramalazos populistas.

Como escriben en su libro ‘Populismo. Una breve introducción’ (Alianza Editorial) Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, “la mayoría de los actores populistas combinan el populismo con una o más ideologías conocidas como ‘huéspedes’, como puede ser alguna forma de nacionalismo (en la derecha) o de socialismo (en la izquierda)”. Y eso está pasando ahora —por uno y otro lado— en nuestro país.

Las reuniones con los colectivos sociales —siempre abriendo los informativos de radio y TV en la escasez informativa de agosto— han aportado a Pedro Sánchez una proyección mediática extraordinaria tratando de lograr —y seguramente consiguiéndolo— un hiperliderazgo reconocido y reconocible.

Como escriben José María Lassalle y Jordi Quero en ‘Letras Libres’ (n.º 215, correspondiente al mes de agosto) “el hiperlíder no pretende explicarse sino comunicar bien”. Y también: “Se sobrerrepresentan las capacidades del líder frente a las de cualquier otro partícipe del proceso de toma de decisiones”. Y más aún: “Los hiperlíderes suelen estar encantados de serlo y disfrutan de la liturgia asociada al poder”. Y —entre otras citas útiles del reportaje citado— vaya esta que parece escrita para Pedro Sánchez: “No hay hiperliderazgo sin una estética que acompañe la puesta en escena que rodea siempre la espectacularidad de sus decisiones. En el hiperlíder, siempre hay una interpretación porque todo en él es comunicación (…)”.

La operación política de Sánchez a lo largo del mes de agosto ha sido preelectoral y promocional, y su último objetivo real no ha consistido en ‘consultar’ las inquietudes de los grupos sociales convocados (por cierto, ¿con qué criterio?), sino en llenar visualmente —mediáticamente— las semanas estivales manteniendo la duda de si su propósito cierto era (es) armar un Gobierno o ir a elecciones el 10 de noviembre. El acto de este martes —presentación pública de las 300 medidas programáticas— es un último abuso del hiperliderazgo que quiere ejercer y del populismo —más o menos sutil— que practica, mientras el Congreso languidece de forma penosa y las instituciones del Estado entran en una estéril prórroga.

Pedro Sánchez ha estado jugando con cartas marcadas todo el verano. Lo que le hubiese distinguido como un político fiable y serio hubiese sido, en vez de tanta ‘performance’, una declaración terminante y creíble de sus auténticas intenciones para el Gobierno de España. Pero el espectáculo que ha protagonizado y que ha hecho que otros protagonicen ha resultado abochornante. Mucho más cuando esas 300 medidas —¿nuevas?, ¿distintas a las que expuso en el Congreso el 23 de julio?— las presenta para su supuesta negociación el día 3 de septiembre a 20 de que expire el plazo para que la legislatura concluya y se convoquen elecciones. Ha derrochado más de cuatro semanas en un infatuado comportamiento que culmina este martes con un ‘fake’ político-programático sin precedentes.