Miquel Giménez-Vozpópuli 

Recordamos estos días el inicio de la segunda guerra mundial. Un recuerdo trágico, pero ineludible. Porque los herederos de aquellos nazis siguen entre nosotros

Cuarenta países enviaron representantes a Polonia. ¿Motivo? Los actos que conmemoraban el comienzo del mayor conflicto conocido por la humanidad, la segunda guerra mundial. Su voluntad de que tamaña monstruosidad no se repita despierta un eco que va más allá de la vieja Polonia, descuartizada en aquel primer momento de horror entre nazis y comunistas, lo que se suele decir poco, en virtud del pacto Molotov-Ribbentrop.

Los reunidos manifestaban un loable propósito, tan bueno como buenista: conjurarse para que el monstruo nazi no vuelva a ocupar siquiera un renglón en las páginas de la historia. Pero la cancillera Merkel tiene a los nazis de Alternativa por Alemania creciendo en cada votación más y más; en Francia se debaten entre el fascismo fashion de Le Pen, fascismo de la clase media y de la trabajadora, harta de los arlinquins, y el neo comunismo disfrazado con un chaleco amarillo; en Italia gobierna la Lega, por cierto, amiga del separatismo catalán. Podrán conjurar lo que deseen, pero los nazis siguen estando aquí porque, en el fondo, jamás se marcharon. Los mismos Estados Unidos, representados por el vicepresidente Mike Pence, no tuvieron el menor escrúpulo en reclutar a la flor y nata de la ciencia alemana, con Von Braun a la cabeza, o a lo peor de las SS, porque la guerra fría comenzaba a poner la bota en el estribo.

Ese nazismo que sirve para descalificar al adversario en España, con una alegría tan burda como ignorante, vive instalado y respirando a pleno pulmón en Cataluña. Es un nazismo que reúne los mismos rasgos que el alemán, aquel nazismo que utilizaba el infame Julius Streicher en su repugnante semanario Der Stürmer, tan pornográfico y mendaz, que el propio Hitler, lector voraz del mismo, no tuvo más remedio que prohibir. Streicher, gauleiter de Franconia, estigmatizaba al judío al no considerarlo humano, ya que, según sus propias palabras, «El ario no tiene nada que ver con la ralea judía, ya que ni siquiera pueden considerarse como animales, estando muy por debajo de ellos».

Observarán como todo eso se vomita delante del ayuntamiento de Vilafranca del Penedés, gobernado por Junts per Catalunya y el PSC, ante la sonrisa de los munícipes

Imaginen ese semanario escrito con una mezcla de odio, racismo, pornografía, sadismo y desprecio hacia el judío. Imaginemos que, en él, apareciesen expresiones tales como «Ahora que la hemos regalado a … que se la queden hasta que se la coman los gusanos», o «Políticos vividores que se aprovechan de que la gente no sabe votar», o «No perdonamos jamás, y si estás de nuestra parte muchos disgustos te ahorrarás, pero ni no estás bajo nuestro control serás tratado como un esbirro de..» para rematar con un siniestro «Tenemos pirotecnia para que un día explotes». ¿Lo han imaginado? Pues bien, sigan con este ejercicio y visualicen ahora mentalmente que todo eso se dice en una plaza pública, llena de gente que corea entre carcajadas estas frases, dirigidas a políticos democráticamente elegidos, en medio de banderas racistas.

Si no han sido capaces de hacerlo, entren en el Tuiter de Sonia Sánchez, @ReinaSonia, y miren este link:

https://twitter.com/ReinaSonia/status/1167791816026013698?s=20

Observarán como todo eso se vomita delante del ayuntamiento de Vilafranca del Penedés, gobernado por Junts per Catalunya y el PSC, ante la sonrisa de los munícipes y el intento por parte de un concejal de Ciudadanos de enarbolar la enseña nacional. Sepan que los puntos suspensivos que he escrito adrede se refieren a España, que a quien deben comerse los gusanos es Inés Arrimadas, vean cómo se intimida con hacer explotar a un concejal, vean las banderas esteladas ilegales colgadas de un edificio público. Y vean a la torpe masa jalear ese festival de odio.

Ochenta años desde que un genocida decidió limpiar Europa de judíos, gitanos, homosexuales, izquierdistas, masones, católicos, testigos de jehová, protestantes disidentes, intelectuales, periodistas, militares, resistentes, en suma, a todo aquel a quien no considerase adicto a su funesta ideología. Ochenta años. Pero su herencia ideológica permanece viva. Tan viva aquí como en Alemania.