ABC 26/10/16
IGNACIO CAMACHO
· La protesta de Podemos se basa en una cínica mentira que no se creen ni quienes la inventan ni quienes la aceptan
COMO todos los artificios de la propaganda, el plan extremista de cercar el Congreso se basa en una gran mentira, en una clamorosa falacia. Ni el PSOE va a votar a Mariano Rajoy ni le hace un favor permitiendo la investidura. Lo que de verdad convendría al presidente es un nuevo revolcón que abocase a nuevas elecciones y le pusiera en bandeja una victoria cercana a la mayoría. En cambio va a verse obligado a encabezar un Gobierno débil, cercado por la oposición, expuesto a toda clase de derrotas y acosado en la calle por la izquierda radical. Al marianismo le espera un calvario que representa la mejor opción posible para los socialistas, necesitados de ganar tiempo con el que reconstruir su fractura interna y evitar el seguro varapalo en un regreso a las urnas. Todo esto lo saben, por supuesto, los dirigentes de Podemos que auspician y convocan la movilización y, lo que es mucho peor, lo saben también sus partidarios dispuestos a secundarla. Es decir, que la protesta se basa en un embuste que no sólo no se creen quienes lo inventan, sino tampoco quienes lo aceptan. Se trata de un monumental ejercicio de cinismo político según el más puro manual leninista. La patraña consentida al servicio de una estrategia de deslegitimación democrática.
Ojalá fuese cierto lo que dicen: que PP, Ciudadanos y PSOE conformasen un bloque de consenso constitucional para implantar reformas que fortalezcan al sistema frente al ataque combinado de populistas y soberanistas. Sucede que no es así, sino que vamos a una legislatura precaria, incierta, conflictiva, ingobernable, en la que las alianzas contra la derecha serán mucho más frecuentes que los pactos de Estado. Un desolladero para Rajoy y probablemente un tiempo estéril para España, aunque al fin y al cabo resultado de la expresión de la soberanía parlamentaria. Ese escenario inestable ofrece a Podemos la oportunidad de rentabilizar su importante cuota de representación, pero Iglesias ha preferido darle una desdeñosa patada al tablero porque la disposición inicial de las piezas no le resulta lo bastante favorable. El recurso a la agitación callejera, origen de su identidad política, cataliza la frustración ante el fracaso del asalto al poder por la puerta de atrás que estaba a punto de abrirle Pedro Sánchez.
Sin embargo, hay en la convocatoria algo más inquietante que una rabieta sobreactuada. La impugnación de la legitimidad representativa, ya presente en el germen del 15-M, contiene elementos de golpismo revolucionario típicos de la tradición bolivariana. Un partido que propone cercar el Parlamento, aunque forme parte de él, y que tilda de mafia a todos sus adversarios es un partido que no cree en la democracia. Quizá resulte positivo que descubra tan pronto sus verdaderas cartas. La ruptura como programa, la mentira como herramienta, el escrache como arma. Se acabaron los disfraces: fuera máscaras.