Manuel Montero-El Correo

  • Siempre supimos que se produciría la madre de todas las batallas, la lucha por el poder entre el PNV y la izquierda abertzale. Todo dependerá de Sánchez

Vienen a por nosotros y no lo vamos a permitir». «Ojo, la entente vasco-española de Bildu y Podemos va a por nosotros». En el Alderdi Eguna las rotundas frases de Andoni Ortuzar, por lo común bienhumorado, suenan a gritos de guerra. Denotan que hemos entrado en una fase airada.

Siempre supimos que tarde o temprano se produciría la madre de todas las batallas: la lucha por el poder entre el PNV y la izquierda abertzale. El momento ha llegado ya. El año que viene tocan autonómicas y cualquiera de los dos puede alzar lehendakari. La gran pelea se ha adelantado sobre las previsiones debido al rápido blanqueamiento de Bildu realizado por socialistas y jelkides. En realidad, verosímilmente todo dependerá de lo que en su momento decidan los socialistas -o sea, Sánchez-, si apoyar a Urkullu o a Otegi, pero para el trance contará quién se hace con más votos.

Hoy por hoy no pelean por quién es más nacionalista. Su debate se centra en otras materias. Sobre todo, en la cuestión social. «Ya está bien de generar un malestar artificial que a nadie beneficia», advierte Urkullu. Se enfrentan dos conceptos sociales.

La sociedad vasca se percibe a sí misma de formas muy distintas. Se enfrentan desde hace décadas dos imaginarios: la sociedad/comunidad vasca tal y como la concibe el PNV y la tensa sociedad capitalista en la que se siente la izquierda abertzale. La discrepancia entre estas visiones gesta tensiones cotidianas e influye en la que puede considerarse ya conflictividad preelectoral.

Ambas visiones son productos de fantasías ideológicas: el mundo como debiera ser, solo que no lo entienden como un desiderátum, sino como una realidad efectiva.

Son antagónicas. La sociedad imaginaria del PNV es una comunidad interclasista en la que las diferencias sociales se diluyen gracias a que los vascos comparten gustos, pasiones y valores definidos como «nuestros». Se ve como una sociedad igualitaria, cimentada sobre un coleguismo intergeneracionnal en el que priman los afanes colectivos, a veces presentados como compromisos comunitarios.

La izquierda abertzale se imagina como un mundo solidario y comunal, pero vive una guerra de clases, en la que se enfrenta a todos los demás. Cree que vivimos en una sociedad capitalista extrema, en la que las multinacionales y los ricos cada vez viven mejor y aprovechan crisis e inflaciones para explotar (aún más) a los trabajadores, a los grupos populares y a los vascos. El nacionalismo radical se siente parte de esa clase obrera oprimida y de vocación revolucionaria. En este submundo también hay clases, pero diluyen las distancias sociales, gracias a la adopción de similares costumbres y lenguaje radical con aires antisistema. Un empresario que pertenezca a este submundo no se siente capitalista, sino uno más de la izquierda revolucionaria; es como si su fortuna personal fuese un azar pasajero cuyo sacrificio aparentemente aceptaría gustoso cuando triunfe la revolución proletaria vasca.

En este concepto, la revolución no sería como las habidas hasta la fecha, con los obreros como referencia, sino al revés: la igualación por arriba, acabando con los mecanismos del capital que impiden vivir mejor a los obreros y clases medias. Por eso el empresario batasuno puede adoptar agresividades antisistema. Sugiere que a él no le importa que los demás vivan como él (hasta le gustaría), mientras cree que el empresario «capitalista» tiene como objetivo masacrar, crear distancias.

Habida cuenta de la hegemonía esencial que tienen los imaginarios nacionalistas entre quienes no lo son, estos acaban aceptando cualquiera de los dos esquemas interpretativos, de forma que puedan librarse de la lacra ‘enemigo del pueblo vasco’. En general, la mayoría prefiere el esquema amable del nacionalismo moderado, no porque el ideario del PNV sea atractivo (sus fantasías políticas suenan a antiguallas), sino porque la gente prefiere la mesura y la convivencia.

Si asume la versión radical, menos dúctil, corre riesgos de equivocarse durante el proceso de entrenamiento y de quedar como una especie de infiltrado (si, por ejemplo, no ve una pelea de bar donde te dicen que hay una pelea de bar). No obstante, grupos de izquierda no nacionalistas asumen la lucha de clases fantaseada por la izquierda abertzale. No quieren quedar como flojos y hasta asumen el esquema antisistema que da el protagonismo al pueblo trabajador vasco (Podemos).

La coexistencia de los dos imaginarios tiene consecuencias peculiares. El PNV puede ser tachado de burgués y, por tanto, de enemigo del pueblo vasco, por lo que ha de andarse con tiento. Otra consecuencia está relacionada con el frenesí anticapitalista que emana del Gobierno que se dice progresista: el revolucionario batasuno parece hoy un adelantado a este tiempo Frankenstein, un modelo a imitar.