ENRIQUE CALVET – ABC – 20/01/16
· «España no puede ser la nación que reintroduzca en Europa la instalación ilegal de movimientos etnicistas antidemocráticos»
Deberíamos aprovechar que el movimiento secesionista de la Cataluña española ha llegado al punto en que no puede enmascarar más la esencia de su dinámica para comprender lo que se dirime y, además, nuestra responsabilidad ante Europa. El nuevo «molt honorable» (¿una contradictio in terminis?) ha dicho que hay que expulsar a los «invasores» de la Cataluña hispana.
La segunda autoridad autonómica (que es autoridad del Estado según la ley, y servidora del bien común de todos los españoles) ha afirmado impunemente que los que no son secesionistas no forman parte del «pueblo catalán». De paso, les quita sin pudor la condición de catalán a unos 450.000 catalanes franceses que no son separatistas. Más vale pureza de raza que valor democrático. Pero tocamos el quid de la cuestión. Ya no se molestan en disimular, ya no pueden, que lo que plantea el secesionismo es la emancipación y victoria de la raza elegida. La etnia de pata negra frente a intrusos, impuros y renegados.
El «procés», que tantas veces hemos denunciado unos pocos cual Casandras en el desierto, se basó durante decenios, en la era del exhonorable Pujol, en esconder la raíz racista del movimiento secesionista y su objetivo último. Que lo haya conseguido, e incluso haya logrado complicidades contra natura de la izquierda («¡sem una nació!», dijo el cordobés!) dice muy poco de la calidad neuronal y/o ética de nuestros políticos de los últimos treinta años, incluso de los más míticos. Ahora, todas las disparatadas maniobras de distracción, como el «España nos roba», las balanzas fiscales, el estatus colonial, las autopistas, la catalanidad de Cervantes, sobran y se muestra a las claras lo que se pretende: que mande en exclusiva la raza elegida, los verdaderos catalanes, en una parte del territorio español.
Realmente, el objetivo desde hace unos 150 años, no más (toda apelación a manipulaciones históricas anteriores dan grima, o por las mentiras, o por la defensa de valores reaccionarios pre-Ilustración), es la toma del poder, sobre todo económico, de una oligarquía depredadora. Esta oligarquía sabe sin duda que, aunque la secesión sería nefasta para los habitantes de IberoCataluña, y para el resto de los españoles, ella sí se beneficiaría claramente, por apropiación impune. Evidentemente, este planteamiento en el siglo XXI no se puede decir a las claras para conseguir una masa social de apoyo. Pero sí se puede hacer nacer viscerales sentimientos de raza elegida pero víctima, de pueblo elegido pero humillado, de etnia superior expoliada en tierra prometida.
Cuando se han conseguido unos incumplimientos impunes de leyes básicas, un monopolio de la manipulación educativa, una gran libertad para la intimidación y presión social y clientelar, es mucho más fácil convertir un movimiento separatista interesado en un movimiento de emancipación de la raza elegida. Por supuesto, en el camino han quedado triturados los valores democráticos, el Estado de Derecho y… los valores tradicionales de la izquierda democrática europea.
Pero desarrollar este movimiento sobre la base del engaño, de la manipulación impune y de la intimidación tiene una gran ventaja para los muñidores, y es que «los que no pertenecen a la etnia elegida» (más de la mitad de los apellidos existentes en Ibero-Cataluña no tienen abolengo catalán), por pánico, por autoprotección y por inherente sentido gregario tienen la necesidad de hacerse admitir en el pueblo elegido, mucho más si son conscientes de que el Gobierno nacional, supuesto protector de sus derechos y libertades, ni lo ha hecho ni se le espera. Esto explica la súbita avalancha, en años recientes, de neoseparatistas. Es la fe del converso… o el miedo del charnego a que nadie lo proteja cuando los separatistas lleguen al poder omnímodo. Todo esto no es nuevo en la Historia. Es casi un clásico en la Historia reciente. Y siempre acaba con sufrimiento de la buena gente.
Existen algunos indicios de que el Gobierno central y la izquierda democrática española estarían enterándose, al fin, de lo que está ocurriendo. Es evidente que todo llega muy tarde a la hora de restablecer la ley y los valores democráticos (¿habrá mayor ofensa que pretender retirar el derecho a decidir sobre su futuro común a millones de españoles?) y de desterrar el etnicismo. Sin embargo, existe un argumento añadido profundo que, como enamorado de la democracia europea y miembro del Parlamento, quiero subrayar.
España no puede ser la nación que reintroduzca en Europa la instalación ilegal de movimientos etnicistas antidemocráticos. España no puede abrir la espita de la fragmentación de Europa en taifas de raza pura. España no puede ser ejemplo de destrucción de valores de convivencia, solidaridad, no discriminación y ciudadanía que inspiran los tratados y la construcción de una Europa de libres e iguales. España no puede ser el huevo de la serpiente.
ENRIQUE CALVET ES EURODIPUTADO – ABC – 20/01/16