FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • Comprendo la necesidad de una autonomía estratégica europea o de aumentar el apoyo a Ucrania, pero ¿cómo de real es la amenaza rusa?

Pertenezco a esa afortunada generación, una anomalía en la historia de la humanidad, que consiguió eliminar la guerra de su horizonte vital. Ni siquiera durante el periodo de la Guerra Fría logró hacerse verosímil, incluso para aquellos de nosotros que fuimos a la mili. Ni que decir tiene que los nacidos después la vieran como una aberración del pasado, o como algo asociado a sociedades ajenas o la literatura y el cine apocalíptico. Aunque la guerra nos aburría hasta en el cine, como decía Fellini. De hecho, las guerras del Golfo las vivimos como parte de una coreografía cinematográfica o, como dijera Baudrillard, más como simulacro o ficción que como una realidad palpable. No era algo que tuviera cabida en nuestro mundo y menos aún después de la caída de los regímenes de socialismo de Estado. Por todo ello, es verdaderamente sorprendente la facilidad con la que se está asentando la idea de que puede volver. No ya solo como parte de un escenario ampliado de la guerra de Ucrania; también en su versión nuclear, como auténtica catástrofe.

Las razones las conocemos todos y lo dejó aquí por escrito el propio Charles Michel, presidente del Consejo Europeo. Lo de una potencial agresión rusa más allá de Ucrania va en serio y solo podrá ser evitado mediante la disuasión; es decir, tomando conciencia de que debemos prepararnos para ella. Es lo que ya venía manifestando Macron, que además ha acudido raudo a una cooperación militar con Moldavia, uno de los países más proclives a caer bajo la bota rusa, y repiten en cuanto tienen ocasión los gobernantes de países como Polonia o los bálticos y escandinavos. O la misma Von der Leyen. En algunos lugares vuelve a hablarse incluso de recurrir al viejo servicio militar obligatorio y en todos ellos se nos empuja a gastar considerablemente más en armamento. O sea, que por lo pronto hemos caído en una variante de la famosa máxima de Carl von Clausewitz, la preparación de la guerra como “prolongación de la política con más medios”. Con esa tendencia que tenemos en España de no ver más allá de nuestros propios problemas, esta discusión no tiene la misma intensidad o centralidad que está ocupando en otros lugares, pero en tanto que miembros de la OTAN estamos igual de afectados.

Lo que más me inquieta de esta nueva situación, a parte de la naturalidad con la que hemos aceptado el retorno a un estado de ánimo similar al de antes de la Primera Guerra Mundial, es su verosimilitud. Comprendo la necesidad de actuar en la línea de una autonomía estratégica europea una vez que ya nada nos garantiza el paraguas militar estadounidense, o la necesidad de aumentar los medios para apoyar a Ucrania, pero ¿qué tan real es la amenaza rusa? Por lo visto en el campo de batalla ucranio, no parece que Moscú esté en condiciones de librar una guerra convencional de mucha mayor amplitud espacial. Por otra parte, las consideraciones políticas internas de los diferentes líderes europeos, o las asociadas a potenciar sus industrias de armamento, no son una razón suficiente que justifique sus mensajes, siendo nulas en los dirigentes de la UE. Todo esto nos lleva a preguntarnos si hay algo que se nos esté ocultando. Lo que no sabemos es el qué. ¿Hay datos de inteligencia que corroboren una potencial expansión rusa o incluso su predisposición a utilizar armas nucleares tácticas? O, como se nos dice, es la única estrategia posible ante la imprevisibilidad de un personaje de la calaña de Putin. Lo único cierto es que en cuanto se habla de guerra todo se oscurece, empezando por la misma información.