IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL

  • España está aterrorizada por la pandemia, abrumada por la hecatombe económica y escandalizada por la degradación imparable de las instituciones

España está aterrorizada por la pandemia, abrumada por la hecatombe económica y escandalizada por la degradación imparable de las instituciones. Este es el contexto que el Gobierno ha elegido para sacar de nuevo a la pasarela, con gran aparato de fanfarrias a todo volumen, el señuelo de la Guerra Civil y la dictadura. La historia se dignifica si se contempla honestamente, y se envilece si se usa como burladero político y objeto de agitación y propaganda.

Es notoria la capacidad de Pedro Sánchez para cambiar a su conveniencia el tema de la conversación pública cuando los asuntos de gobierno se le ‘escarpan’ de verdad. Esta izquierda posmoderna detectó muy pronto que zarandear el pasado es un aliviadero eficaz cuando se ve superada por los problemas. Pero hoy estos son de tal magnitud y el truco está tan visto que el efecto ‘distractivo’ dura cada vez menos. Los fuegos artificiales pifian bajo el diluvio, y la mascarilla antivirus no parece la mejor indumentaria para lanzarse a buscar esqueletos.

Muchos países tienen episodios traumáticos y sangrientos en su historia moderna. Pero si mañana, con la que está cayendo, Merkel promulgara una ley para escudriñar, desenterrar y expurgar los crímenes irresueltos del nazismo o de la dictadura comunista de la RDA, se consideraría un comportamiento marciano.

Memoria democrática, lo llaman ahora. Si vamos a eso, habrá que admitir de entrada que la memoria democrática de España es muy corta. De hecho, se remonta al 15 de junio de 1977. Todo lo sucedido antes remite a memorias que pueden llamarse de cualquier forma menos propiamente democráticas. Incluso los cinco años de la Segunda República fueron un paréntesis dramático lleno de violencia, sublevaciones de uno y otro lado y preparativos para el gorilazo de los espadones en 1936 y la carnicería posterior.

Dijo este martes la inefable Carmen Calvo que “nuestro país se incorporó al constitucionalismo histórico hace ya dos siglos”, y que España tiene “una historia brillante en las libertades”. Me pregunto qué periodo histórico pretende reivindicar por su brillantez en materia de constitucionalismo y libertades. ¿Quizá los 150 años de constituciones fallidas, golpes de Estado y regímenes corruptos que precedieron a la Transición?

Entonces se encontró el angosto desfiladero que señalaba la única salida civilizada para España. Naturalmente, conllevó renuncias y olvidos

Cuando Franco murió en su cama, los antifranquistas no tenían fuerza para derribar el régimenni los franquistas para hacerlo perdurar. Aquel empate habría desembocado en un baño de sangre si cualquiera de los dos bandos se hubiera empeñado en imponer su propósito. Pero los herederos de los ganadores de la guerra decidieron que la convivencia valía más que su victoria, y los perdedores que la libertad valía más que su revancha (por legítima que fuera). Afortunadamente, nadie dijo ‘no es no’. Estremece pensar qué habría sucedido en aquel periodo crucial con Sánchez en el lugar de Felipe González, Casado en el de Suárez, Iglesias en el de Carrillo y Abascal en el de Fraga.

Entonces se encontró el angosto desfiladero que señalaba la única salida civilizada para España. Naturalmente, conllevó renuncias y olvidos. No menos que los que tuvo que hacer Alemania en 1989 para reunificarse, metabolizando un ruinoso Estado totalitario.

Es una manipulación grosera presumir que la generación que trajo la democracia a España dejara a las siguientes la tarea pendiente de ajustar cuentas con el pasado. Lo que dejaron, por primera vez en nuestra historia, fue una ancha autopista para avanzar, con cabida para todos. En la España de 2020, el mejor ejercicio de memoria democrática que puede hacerse es preservar esa herencia preciosa para que no tenga que decirse que estas cuatro décadas han sido una excepción histórica tras la que regresará la vieja y apestosa normalidad española, que es adonde algunos parecen querer conducirnos. Es justamente la memoria lo que debería inducirnos a no revolver en lo más oscuro de nuestra historia. Sobre todo, cuando el presente y el futuro inmediato se han puesto del color del carbón.

No hay nada de grandeza en esta operación de ‘marketing’ que, por reiterada, ya resulta rutinaria. Al presunto mago se le ven las cartas en la bocamanga. Cuando tiene problemas para gestionar el presente, agita el pasado. Cuando se agudizan las contradicciones en su coalición, resucitan algo que los une emocionalmente. Y cuando se aproxima la moción de censura de Vox, sacan a pasear el espantajo del franquismo para pavimentar el camino de Santiago Abascal a la cumbre de la oposición. No es difícil anticipar cuánto disfrutarán Abascal y Sánchez en ese debate, intercambiando lanzadas sobre la memoria histórica para regocijo de sus respectivas hinchadas. Hace tiempo que ambos percibieron lo mucho que se necesitan.

También dijo Carmen Calvo que “esta es una ley para encontrarnos todos, nos gustaría que fuera respaldada por todos”. Si hubiera un gramo de sinceridad en esas palabras, si realmente se tratara de dejar saldada entre todos una supuesta cuenta de la democracia española con el pasado y dejar que los muertos descansen en paz, se habría promovido desde el principio el consenso con las fuerzas que representan la otra mitad del país. Pero lo que se busca es precisamente lo contrario: profundizar el foso. Provocar un debate envenenado de reproches y una votación a cara de perro. Es el eterno ardid de Sánchez: o sumisos o fascistas. En esta ocasión, las víctimas del franquismo son solo el instrumento de un juego ventajista y cismático. Aunque hay que reconocer que, en estas circunstancias, tiene mérito hacer una rueda de prensa tras un Consejo de Ministros sin decir una palabra de la pandemia, de la depresión económica ni del inminente desafío de Torra.

Se hace difícil comprender desde la racionalidad qué diablos hace este asunto sobre la mesa cuando el país vive su peor momento desde hace medio siglo. Por eso hay quienes, aun compartiendo la justeza de las medidas de la ley, lamentan su inoportunidad. Se equivocan. Desde la lógica de Sánchez, este es el movimiento preciso en el momento oportuno.

Pero esta vez la coartada no resultará. Se pongan como se pongan, nada los librará de cargar con el pringoso presente.