ABC 03/06/15
BIEITO RUBIDO
El nacionalismo, ese aire de superioridad disfrazado de amor a la tierra propia, suele combinar mal en cualquier cóctel. Concluye casi siempre en derramamiento de sangre. Basta repasar la Historia. Cuando nacionalismo se mezcla con religión, lo más probable es que resulte un atentado a la inteligencia. El fútbol es ahora la otra religión, el moderno opio del pueblo del que surgen diminutos dioses que no duran una temporada. Su combinación con el separatismo es letal. De ahí la ofensa a toda España de una masa de gargantas que, incluso sin saber por qué, grita. Por si acaso. Le ha ocurrido a Xavi Hernández, incuestionable jugador pero lamentable analista de su entorno. No acaba de entender la contumacia de algunos aficionados y de los políticos nacionalistas. Entre otras razones, porque el que ha defendido catorce años los colores de la selección española no sabe nada de la Historia de España. Si la conociese, comprendería la íntima y lejana razón por la que sus antepasados abandonaron Andalucía rumbo a otro lugar de esa misma España. Ocurre, Xavi, que el bueno es siempre silencioso, mientras que el malo pita a su propia madre; en este caso, España.