La hora de los fanáticos

LIBERTAD DIGITAL  28/07/17
CRISTINA LOSADA

· Van quedando en los cargos los que tienen el punto de fanatismo o de cinismo suficiente como para seguir adelante sin dudarlo. El caso de Puigdemont es paradigmático.

Bien mirado, fue un golpe de suerte para Artur Mas que primero la CUP pidiera su cabeza y que después quedara inhabilitado por dos años por sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Gracias a ese alejamiento suyo de cualquier función de gobierno, no va a tener que lanzarse al precipicio como habrán de hacer sus sucesores. Y es que, tal como pinta este juego del gallina en el que se han metido solos, no les quedará otra que arrojarse al abismo y, por lo tanto, estrellarse en esa alocada carrera suya contra la ley. Y contra la democracia.

Uno de los problemas prácticos de tal carrera, que inició el propio Mas, es que tiene difícil marcha atrás. Imposible, de hecho. La comenzaron en unas circunstancias en las que no era disparatado prever una quiebra de España, una intervención a la griega y una crisis institucional del tal calibre que la dejara políticamente sin defensas, inerme, incapacitada para resistir la redoblada presión secesionista. Como escribía ayer, en El Mundo, Nicolás Redondo Terreros, vieron en los efectos devastadores causados por la crisis económica en la sociedad española y el debilitamiento de la legitimidad de las instituciones constitucionales la oportunidad de conseguir sus objetivos partidarios manipulando las leyes, ignorando la historia y despreciando a una parte muy considerable de su propia sociedad.

Era, desde su perspectiva, el mejor momento posible. Quizá no hubiera otro así en décadas. Y se lanzaron. Cuando el apocalipsis no se produjo, cuando no ganaron aquel supuesto «plebiscito» (las autonómicas), cuando el fervor independentista empezó a enfriarse, la carrera ya había llegado demasiado lejos como para que hubiera un camino de retorno. Se impuso la huida hacia adelante.

 Tan patente es que saben que tienen que llegar hasta el final en su intento de golpe, que cada día hay alguien que se da de baja en el Gobierno catalán. Estos son los que saben, además, que llegar hasta el final tiene un coste: hay que arrostrar las consecuencias. Los menos dispuestos a lanzarse y pagar el precio se marchan. O los echan, si se les ocurre manifestar sus dudas en público. Así, van quedando en los cargos los que tienen el punto de fanatismo o de cinismo suficiente como para seguir adelante sin dudarlo. El caso de Puigdemont es paradigmático. ¿Por qué lo eligieron a él como sustituto de Mas? No parece que lo seleccionaran por su habilidad política ni por su capacidad negociadora. En cambio, tiene una cerrada disposición a estrellarse.

Alguien tiene que pegársela porque el procés carece de salida. Mejor que sean tipos que estaban en la segunda fila, como Puigdemont. Y mejor que mejor que eso obligue a pegársela también a Junqueras. Por mucho que quiera escabullirse, no le va a quedar otra. ¿Cómo no lo va a hacer, si lo hace Puigdemont? No quiero decir que algo de esto estuviera planeado. Pero los acontecimientos mismos lo han puesto en bandeja. Puigdemont, que era un don nadie, volverá a serlo y Junqueras, que esperaría ir de ganador en las próximas autonómicas, no podrá presentarse.

Muchas veces hemos hecho metáforas del procés con el viaje a Ítaca, pero no eran buenas metáforas. Porque en Kavafis es el viaje lo que cuenta, no el punto de destino. Tal como ha ido el procés, sin embargo, el punto de destino ya es lo único que importa. Cegaron todas las posibles salidas y desviaciones, atascaron el freno y la marcha atrás, y a los conductores de esta locura sólo les queda intentar el golpe, fracasar y despedirse.