JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC 03/03/13
· Acusar a España y a su Gobierno de las transgresiones que cometen ellos es la principal estrategia de los nacionalistas tras el victimismo.
Al enterarse de que el Gobierno Rajoy había impugnado ante el Tribunal Constitucional la declaración soberanista del Parlamento catalán, Artur Mas le acusó de rechazar el diálogo, «mientras nosotros lo queremos». Esto lo dice quien no ha mucho aseguraba que la consulta soberanista catalana se celebrará, le gustase o no a Madrid. ¿Era esa una disposición al diálogo? ¿O una muestra más de las duplicidades y autocomplacencias nacionalistas?
¿Qué hizo el Gobierno Rajoy ante la declaración del Parlament que proclamaba al pueblo catalán «sujeto político y jurídico soberano»? ¿Enviar los tanques? ¿Disolver dicha Cámara? ¿ Cortar la financiación a Cataluña? Ninguna de esas cosas. Lo que hizo fue, primero, pedir un informe a la Abogacía del Estado sobre tal declaración. Cuando la Abogacía confirmó que tal declaración era anticonstitucional, sometió el caso al Consejo de Estado, que opinó de igual manera. Y sólo cuando tuvo ambos informes sobre la mesa se ha decidido a llevar el caso ante el Tribunal Constitucional . ¿ Es eso « no querer di a logar » ? Quienes rehúsan dialogar son los nacionalistas, para quienes el diálogo consiste en presentar sus exigencias como «lo tomas si te gusta o no te gusta». Y aunque hay que tener cierta indulgencia con el nacionalismo —a fin de cuentas, se trata de un arrebato sentimental—, también hay que ponerle límites, ya que la experiencia nos enseña que este tipo de pasiones puede llevarse por delante al implicado y a cuantos tiene cerca.
Que la declaración del Parlamento catalán es anticonstitucional lo ve un estudiante de primero de Derecho, aunque dos miembros del Consejo de Estado no lo vieron, lo que confirma cómo andan nuestras instituciones. Declarar soberano al pueblo catalán, cuando la Constitución deposita la soberanía en el entero pueblo español, y ceder la capacidad de convocar consultas a un Gobierno autonómico, cuando es privativa del Gobierno central, es convertir la Carta Magna en chicle. Como creer que el Gobierno central podía autorizarlo, sin suicidarse él y suicidar a la Nación española. Pero Artur Mas, como tantos nacionalistas, ha terminado creyéndose sus propias ment i ras . Se i nventó una hi st ori a c at al ana, una historia española, una historia europea, y cuando la realidad le dio el alto, advirtiéndole que nada es como él creía, inició una huida hacia delante, o más bien hacia atrás, que no sabemos adónde le y nos llevará.
Esto, en el más piadoso de los casos. Porque también puede verse como una huida de las responsabilidades judiciales en que está envuelto el nacionalismo que cree liderar. Pues montarse en el nacionalismo es como montarse en un tigre. Al que descabalga lo devora.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC 03/03/13