NICOLÁS REDONDO TERREROS

  • No sé como se puede hacer un bloque político progresista con Puigdemont y unos nostálgicos del siglo XVIII

Me rebelo contra la falacia de la mala compañía, que suele hacer pareja indisoluble con la ignorancia voluntaria. La primera nos impide hablar por miedo a favorecer al adversario. La segunda impone un dique insalvable a las verdades que ofenden al pensamiento correcto, sea éste el de la tribu política o el de toda la sociedad. Tanto una como otra, y las dos juntas, han provocado más daño a la libertad de expresión que algunas dictaduras. La censura nos invade sin notarlo y no es achacable a agentes externos, solo al miedo a ofender a los cercanos o a perder algunos de los privilegios obtenidos, después de tiempos de silencio.

Venciendo esas tendencias, que hacen la vida más fácil , me declaro como un socialista que es ciudadano antes que afiliado. Un socialista que cree que por encima de las necesidades, más o menos artificiales, de los dirigentes del PSOE, está el proyecto político más sugerente de la historia moderna de España. Pareciera que los españoles tuviéramos muchas patrias, desde luego los nacionalistas reivindican las suyas, pero otros muchos españoles, que no son nacionalistas, han hecho de sus respectivas siglas su patria, su tribu, homogénea, hermética, blindada a cualquier atisbo de heterodoxia. Bien yo declaro al principio de este artículo mi patriotismo constitucional. Soy inevitablemente español, como los nacionalistas por cierto, pero mis desvelos, mi energía, la inteligencia que poseo está a disposición de la España libre y democrática del 78.

En España la crisis política, que nos acerca inexorablemente al precipicio no la provocan ni Puigdemont ni Junqueras, tampoco ni Urkullu, ni mucho menos la efervescente Yolanda Díaz. El protagonista de convertir la Transición en un paréntesis, si las cosas van por donde parece, será el PSOE, ni siquiera Pedro Sánchez. Con los resultados electorales del 23 de julio parece increíble que la clase política esté a la espera de lo que diga un prófugo desde Waterloo o del último artículo del lendakari Urkullu. A todos ellos les da importancia y legitimidad la necesidad de formar gobierno del candidato socialista. El resultado electoral fue bueno para los socialistas, pero perdimos las elecciones y las coaliciones que se pueden realizar desde esa posición secundaria son extravagantes y peligrosas.

Ya he dejado dicho lo que me parece la concesión de una amnistía a Puigdemont y compañía. Quebraría por la mitad el abrazo fundacional del sistema del 78. Lo expliquen como lo expliquen, habrán entronizado en España la máxima arbitrariedad y la anomia más confusa. Se habrá legislado, si se lleva a cabo la pretensión independentista, para beneficiar a unas personas determinadas, en base a su adscripción política. Sinceramente, no encuentro mejor representación de la España caciquil que la concesión de ese privilegio decimonónico. Pero la decisión de hacerlo o no es del PSOE, no de un independentismo diezmado por la voluntad popular.

Ha sido igualmente sobresaliente la reacción al abstruso artículo del lendakari del Gobierno Vasco. El ministro de la presidencia se ha apresurado a decir que no es la propuesta del PSOE, ¡faltaría más!, pero le parece respetable y discutible. En esa posición le han seguido algunos editoriales de la progresía mediática, alabando la circunspección impostada de la propuesta del nacionalismo vasco.

Veamos. El artículo se inicia con dos preguntas existenciales del nacionalismo vasco, que el autor considera pertinentes debido a la ‘ratificación de la pluralidad del ¿Estado?’, confirmada en las últimas elecciones generales. Bien el 23 de julio hubo dos claras conclusiones. La primera es que los partidos nacionales habían incrementado de forma notabilísima su presencia en el Congreso de los Diputados. La segunda es que todos los partidos nacionalistas han perdido votos a excepción de Bildu, según recuerdo. La verdad es que Urkullu no puede recurrir en este caso a la pluralidad. Lo cierto y verdad es que a pesar del incremento de la representación de los partidos nacionales, son las necesidades del PSOE las que les abren a los nacionalistas una ventana de oportunidad como no han tenido nunca para transformar el sistema político del 78. En la desproporción entre los resultados electorales y las pretensiones socialistas reside su fuerza .

La segunda pregunta que se hace el lendakari al principio del artículo ya invalidaría su totalidad. Nos inquiere a todos , con esa mezcla de humildad y soberbia tan propia del nacionalismo vasco, como no podemos ser un Estado plurinacional, como lo fuimos con anterioridad al siglo XVIII. Si apartamos esa peculiar forma de ver la historia que tienen los nacionalistas, la respuesta sería clara y al alcance de cualquiera : ¡porque estamos en el siglo XXI señor lendakari!, porque estamos en el año 2023 , no en el año 1800. El resto del artículo es una impugnación neta, aunque oscurecida por la literatura entre procesal y jesuítica que emplea en el artículo, a la Constitución del 78.

No sé como se puede hacer un bloque político progresista con Puigdemont y unos nostálgicos del siglo XVIII. Pero, ¡no , no! , el problema no está en ellos, ni en ERC, ni en Bildu. La responsabilidad es del PSOE , dispuesto, parece a día de hoy, a negociar un gobierno a precios inimaginables. Y en este momento se echa en falta una izquierda reformista, nacional, capaz de mirar al futuro, de pensar más en España y menos en las partes . Una izquierda que vuelva a decir no a los privilegios, que defienda la igualdad previa y necesaria: la igualdad de los españoles ante ley. Una izquierda que crea, en contra del nacionalismo , llegado el momento de fortalecer los lazos de unión entre los españoles. Una izquierda que defienda la necesidad de mirar hacia fuera, a Europa. Una izquierda que piense que ha llegado la hora de mirar más al futuro que al siglo XVIII. Usted, querido lector me preguntará: ¿dónde está esa izquierda? Honradamente amigo, no lo sé.