José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 3/5/12
Ha tomado carta de naturaleza un falso dilema formulado como tópico literario y que habría pronunciado el poeta Goethe: «Prefiero cometer una injusticia antes que soportar el desorden». En un determinado contexto histórico, ese aserto tendría alguna razonabilidad. En la actualidad, aquí, en un sistema democrático, carece por completo de ella. Todo lo cual viene a cuento del blindaje de Barcelona por la celebración en la ciudad del consejo del Banco Central Europeo. El encuentro ha provocado que la capital de Catalunya esté en el objetivo del periodismo gráfico, al que le basta una imagen para componer un editorial. A propósito de los incidentes de unos vándalos el pasado 29-M, la reputación de la ciudad quedó desproporcionadamente lesionada. Algunos periódicos extranjeros publicaron en su primera página escenas de violencia urbana que resultaban coherentes con el discurso de los que pretenden igualar España con Grecia. Es, pues, lógico, que la Generalitat y el Gobierno, con una descoordinación desconfiada entre sí, hayan tratado de preservar esta cita internacional de esas interferencias indeseables.
La suspensión temporal de la libre circulación de ciudadanos amparada por el tratado de Schengen ha venido siendo una práctica, además de prevista en el propio acuerdo, habitual en las políticas de seguridad y control de los Estados signatarios. Otra cosa es el incremento de la sanción penal que conllevará esta forma de delincuencia callejera que el Ejecutivo quiere equiparar a la denominada kale borroka, expresión que popularizó la izquierda radical abertzale y que ha sido hasta hace poco tiempo una forma de hostigar a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y, especialmente, a la Erztaintza. Además, el agravamiento de las penas por estos comportamientos podrían conllevar la correspondiente responsabilidad subsidiaria de las entidades -sindicatos, organizaciones ciudadanas, asociaciones- convocantes de la protesta. Y este aspecto es en el que hay que hilar fino porque, por lo general, los violentos -embozados para no ser identificados- instrumentan el legítimo derecho de manifestación desacreditando su ejercicio a ojos de la opinión pública. Y así es como se conforma una sociedad temerosa e intolerante.
Pero es que, además, hay un aspecto muy perverso cuando el escenario de esta violencia irracional es Barcelona o cualquier otro lugar de Catalunya: se pone en un brete al cuerpo de los Mossos d’Esquadra con el afán de zarandear su reputación -lo mismo ocurrió con la Ertzaintza en el País Vasco- con la finalidad de quebrar la cercanía emotiva que esta policía de proximidad mantiene con los ciudadanos. Algunos ejemplos de ello ha habido, como cuando grupos muy numerosos adscritos al 15-M cercaron el Parlament e increparon a los diputados en uno de los espectáculos más lamentables de desorden público y, a la vez, de clara impunidad. De manera que no caigamos en ingenuidades: es posible mantener el orden y hacerlo con prudencia y proporcionalidad en el ejercicio de la coerción policial si esta fuera necesaria, desoyendo falsos dilemas de tiempos pasados que -en la expresión de un integrismo anacrónico- decían preferir la injusticia al desorden. La justicia y el orden van de la mano en una democracia.
El duro
El domingo será un día importante para Francia y para Europa. En la historia nada de lo que le ocurre al país vecino le deja de ocurrir al Viejo Continente. La rutilante estrella de Nicolas Sarkozy se ha deslizado hacia la caricatura de ese biopic tan cruel titulado De Nicolas a Sarkozy, una comedia que hurga en los complejos de un hombre que, hiperactivo y siempre sobreactuando, se ha sometido a combustión con su propia y estéril energía. Un caso político claro de ignorancia de las propias limitaciones que ha tenido graves consecuencias: una extrema derecha poderosa -y ¿bien vista?- que ha alcanzado el 19% en la reverendísima Francia.
El blando
¿Qué pensará Segonélè Royal, la exmujer de François Hollande, padre de sus cuatro hijos, tan despectiva con el que fue su pareja sentimental y al que tanto y tan brutalmente despreció? Ahí está, el socialista blando, el funcionario del partido, el hombre sin carisma que, como un Mariano Rajoy de Pontevedra, ha dejado que su rival se abrasase en su inconsistencia y pisa los umbrales del Elíseo aunando a socialistas, extrema izquierda, centrista y una parte de la extrema derecha. No es todos con Hollande. Es todos contra Sarkozy.
José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 3/5/12